Hasta luego padre Vinicio
Cuando supe de la muerte de mi querido padre Vinicio Disla, sentí un dejo de tristeza acompañado de inmensa gratitud por haber tenido el privilegio de compartir y trabajar con tan excepcional ser humano.
Lo conocí cuando participé del Cursillo de Vida en noviembre de 1969, a partir de cuya experiencia me enrolé en la coordinación general de dicho movimiento apostólico dedicado exclusivamente al trabajo con los jóvenes. Así, nuestro equipo coordinador, teniendo como asesores al padre Disla, al padre José Grullón, hoy Obispo de San Juan de la Maguana, a los hermanos De la Salle Evaristo y Osvaldo, otros sacerdotes, hermanos De la Salle y consagradas, recorrimos el territorio de la hoy Arquidiócesis de Santiago, realizando diferentes experiencias de fe con los jóvenes: Cursillos, retiros, pascua juvenil, encuentros y reuniones.
El padre Vinicio era el asesor, director espiritual, amigo, consejero y compañero en los más diversos afanes e iniciativas juveniles para atraer jóvenes al redil del Joven por excelencia, Jesús de Nazaret. Siempre tenía la palabra precisa para corregirnos y orientarnos hacia las mejores decisiones y acciones. Drástico y enérgico, pero siempre muy humano y acogedor, no escatimaba momento, lugar ni decisión para cortar lo que no fuera sano o nos limitara en el servicio generoso y desinteresado. Así, bendijo muchos proyectos sentimentales y favoreció el rompimiento de otros que no respondían a lo mejor de cada quien.
Con su peculiar estilo, era muy bien recibido, querido y admirado entre la juventud. Nos dio testimonio de trabajo, servicio generoso, fe inquebrantable y de una hermosa y contagiosa relación con Jesús, el fiel amigo de Betania.
Nos ayudó a vivir Cara al Viento, como era nuestro lema; a formarnos en lo religioso, político y social, razón por la cual, intentamos siempre dar respuesta a la realidad dominicana que vivíamos en la época, analizándola siempre bajo la luz del Evangelio.
El padre Vinicio ha vivido su pascua, no tengo dudas al respecto y nos deja la certeza del deber cumplido en la alegría de la entrega personal y ministerial.
Hasta luego, querido padre, y desde la morada celestial, confío que seguirás intercediendo por la juventud a la que tanto serviste y amaste. Gracias de corazón, donde vivirás por siempre.
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