Siempre hubo algunos seminaristas extranjeros en el Seminario Santo Tomás de Aquino: puertorriqueños (ya mencionados), y un español (¿Francisco Martínez? Coincidimos un verano en Nueva York, donde creo que permaneció); en mis tiempos hubo tres colombianos: Gerardo Lara, Guillermo (¿Montoya?) y Alberto. Gerardo, amistoso y gran fumador de cigarrillos, se casó y vino luego a trabajar algún tiempo en la Diócesis de La Altagracia, creo que en Cáritas. De los otros no he sabido más. Antes de llegar yo al Seminario hubo cubanos, creo que algún panameño, y de otros países.
(Mis recuerdos como profesor ocuparían mucho espacio. Alguna cosita he dicho, pero por ahí andan las historias en boca de los exalumnos: “Mimingo, ya me tienes cansado…”. Quizá los casos más espectaculares fueron el del alumno que, en examen oral frente a frente, me estaba leyendo la respuesta de su mascota; o el de quien me pidió revisión del examen oral. ¡Y eran más de sesenta alumnos de primero de teología! Punto y aparte.
Un día hacía su exposición Juan Ángel, sobre los Joánicos, en cuarto de teología. Yo lo escuchaba con los ojos cerrados, lo cual acostumbro para concentrarme y también para dormir… En un momento, interrumpió la exposición y me dijo: “Profe, Ud. se está durmiendo…”. Mi respuesta instantánea fue: “Di un disparate, a ver si estoy durmiendo”. Todos se rieron).
Hay experiencias pastorales, realizadas durante mis años de seminarista, que me marcaron para siempre. Ya dije que, desde el Seminario menor, nos asignaban grupos de catequesis, pero antes, como miembro de la Legión de María, realizaba pequeñas tareas (trabajos) pastorales.
El Club de la Alegría
Me faltó decir que desde el Seminario San Pío X ayudaba a mi primo Regino Martínez, quien había fundado en Licey San José el Club de la Alegría, formado por jóvenes de toda la zona. Esta fue una de mis primeras experiencias de pastoral juvenil. Inolvidable experiencia. Teníamos momentos de formación, cantábamos, preparábamos diferentes actividades con la comunidad, como charlas con invitados especiales. (Recuerdo que uno de estos invitados a dar una conferencia, creo que abogado, se expresó de la siguiente manera: “Y como dice el pensador francés, mens sana in corpore sano …” (Sin comentarios).
Entre las actividades estaban proyectar alguna película para recabar fondos. Un día fui a Licey a contratar una guagüita anunciadora para promover una película que se proyectaría en Licey (creo que en el mercado). Llegué muy temprano, el mismo día de la proyección y el dueño de la guagua me dijo que esperara, que estaba arreglando algo. Tardó tanto que casi llegó la hora de la película y yo estaba sentado esperando. Visto lo cual me fui, busqué a alguien con un motor, y yo, megáfono en mano, desde la cola del motor, anduve por donde pude anunciando la tal película. El resultado fue que no hubo ni mosquitos: no apareció ni un alma. Otro día salí en motor, con otro joven en la cola del motor, a hacer diligencias para otra actividad, una fiesta creo que en Monte de la Jagua. Nos detuvimos en una casa; el joven habló con las personas mientras yo permanecía con el motor encendido. Cuando yo oí que se despidió, esperé un poco y luego arranqué. Oí entonces las voces: era que yo iba solo, pues el joven no se había montado todavía. Así de preocupado y despistado andaba yo.
En este Club de la Alegría había un ambiente muy bueno; muchos jóvenes nos reuníamos asiduamente. No ha de olvidarse que era el tiempo en que, en el país, hasta debajo de las piedras aparecían clubes juveniles.
Había mucho sentido de justicia, aunque el izquierdismo hacía que a veces se extralimitaran. Andaban los grupos de poesía coreada por todos lados: “Si la tierra te dispara, dispárale a la tierra; y si el cielo te dispara, perfora el cielo…”. ¡Válgame Dios del cielo! Mucha torpeza se exhibía bajo capa de poesía.
De todos modos, cuando uno se entera de la conducta de muchos de estos antiguos jóvenes, o cuando experimentamos la alegría al encontrarnos, entonces sabemos que algo bueno quedó de aquella siembra en los años juveniles.
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