TERCERA PARTE
Su destacado papel de mediación en la guerra de abril de 1965.
El episodio más dramático vivido por la República Dominicana durante su complejo y accidentado siglo XX, lo ha sido sin duda la guerra de abril de 1965, la cual tuvo como esencial motivación patriótica restituir el gobierno legítimo del Profesor Juan Bosch, derrocado por el artero golpe de Estado del 25 de septiembre de 1963, como resultado de la conjunción de fuerzas cavernarias tanto del ámbito civil como militar, opuestos a los postulados de democracia social enarbolados por el primer gobernante democrático de nuestro país, surgido de elecciones libres, después de 31 años del gobierno unipersonal del dictador Rafael Leonidas Trujillo.
En la contienda fratricida de abril correspondería a Monseñor Enmanuele Clarizio jugar un papel de primer orden, en su calidad de representante de la Santa Sede, para mediar en la búsqueda de un avenimiento entre las partes que pusiera fin al derramamiento de sangre que cobraría tantas vidas de dominicanos de uno y otro bando.
Se encontraba asistiendo a una reunión de obispos en Puerto Rico, en su calidad de Delegado Apostólico, cuando le sorprendió el estallido del conflicto bélico, viéndose impedido de regresar al país debido a la suspensión de los vuelos en aquellos días.
Arriba al mediodía del 28 de abril de 1965, fecha en que se produjo la bochornosa intervención militar norteamericana ordenada por el Presidente Johnson, hecho que tornó más complejo el panorama, al aumentar la indignación patria ante la soberanía mancillada. Vino, como él mismo refiriera: “en un pequeño avión de una hélice y con un cargamento de medicinas y sangre para los heridos”, aterrizando por la base militar de San Isidro, único lugar por el que se le permitió hacerlo.
Al momento de su llegada, se celebraba, precisamente, una reunión de los militares golpistas con un representante diplomático de la Embajada Norteamericana y el entonces Secretario General del Partido Revolucionario Dominicano Antonio Martínez Francisco.
A pesar de su urgencia en llegar a la Nunciatura, el Coronel Benoit, Presidente de la Junta Militar y el Jefe de la Aviación Militar, General Juan de Los Santos Céspedes, le comunican que, desde el domingo, cuando inició la contienda, estaban procurando localizarle, a fines de que interpusiera sus buenos oficios para detener el enfrentamiento bélico. Estaba en la madriguera de los golpistas, quienes le piden dirigir un mensaje al país. ¿Cómo obrar en aquellos dramáticos momentos para no ser tildado de parcial por parte de los contendientes constitucionalistas? Su mensaje, transmitido a través de Radio San Isidro, no pudo ser más cuidado y ecuánime en aquellas horas decisivas:
“Varias agrupaciones me piden, como representante del Santo Padre, de contribuir a poner fin a la lucha de hermanos contra hermanos. Espero que se hagan todos los esfuerzos a fin de que mediante conversaciones se llegue a honrosos acuerdos dignos para ambas partes, con verdadero espíritu cristiano y patriótico”.
“De todo corazón me uno a la invitación ya hecha por la jerarquía y espero que el buen pueblo dominicano, por la intercesión de la Virgen de La Altagracia, obtenga de Dios las gracias que necesita en este difícil momento. La Nunciatura Apostólica queda a disposición de todos para cualquier servicio que pueda prestar, con profundo y verdadero sentido de amor cristiano”.
Voló inmediatamente a Santo Domingo por vía aérea, aterrizando en las inmediaciones del Seminario Claretiano, situado entonces en el kilómetro seis de la carretera Duarte, de donde se trasladó guiando él mismo su automóvil hasta la Nunciatura a fines, como luego relatara, de no exponer la vida de ningún sacerdote, dado el rumor de que francotiradores estaban disparando contra ellos.
Continuará.
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