Los primeros cristianos, también llamaban al bautismo: “la iluminación”. Toda persona bautizada había sido iluminada por Cristo, la luz verdadera que ilumina a todos. Jesús enseña en el Evangelio de hoy (Juan 9, 1 – 41): “mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”
En el Evangelio encontramos varios tipos de ceguera. Primero, la del ciego de nacimiento. Jesús lo cura untándole barro en los ojos. ¡Ciego y con barro en los ojos!, llegará a ver la luz, porque confía en Jesús. En los títulos que el ciego le va dando a Jesús, se ve su crecimiento en la fe.
El ciego hizo una experiencia de iluminación y siguió creciendo en ella. Él era ciego, pero su fe no. El ciego se apoyó en el mismo testimonio de Jesús. El ciego pregunta: “¿Y quién es, [el Hijo del hombre] Señor, para que crea en él?” Jesús les dijo: –Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.– Él dijo: –Creo, señor.– Y se postró ante él.”
En segundo lugar, está la ceguera de los discípulos. Juzgan por apariencias (1 Samuel 16, 7), repiten los prejuicios de su ambiente. Si ese hombre nació ciego, tiene que ser un castigo por los pecados de sus padres. Jesús ve en su ceguera, una ocasión para que se revele gloria de Dios.
En tercer lugar, vemos la ceguera de los fariseos. Ante un ciego curado por Jesús, rehúsan aceptar ese testimonio. Juan los presenta repitiendo una y otra vez con cerrada arrogancia “nosotros sabemos”. Muchos arrogantes creen saber.
Finalmente, está la ceguera interesada de los padres del ciego. Ellos saben que Jesús lo curó, pero temen confesarlo, porque serían excluidos de importantes círculos sociales.
El barro en manos de Jesús cura nuestras cegueras y nos ¡ilumina!
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