Más serio y seguro que la muerte

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Algunos piensan que no hay Dios. Con toda seriedad nos catequizan: –no se ilusionen, ¡esta vida es la única!– Se burlan de la vida eterna, preguntando si allá se juega pelota, si visarán para el cielo a sus mascotas queridas.

En el Evangelio de hoy, Lucas 20, 27–38, se acerca a Jesús un grupo de saduceos, gente acomodada, que no creía en la vida eterna. No argumentan limpiamente. Pre­tenden dejar a Jesús en ridículo contando un cuento. Para los judíos, durante siglos, la inmortalidad consistía simplemente en tener hijos y nietos, y eso era todo. La historia de los saduceos cuenta cómo siete hermanos, que van muriendo sucesivamente, vivieron con la misma mujer. Y luego le lanzan este buscapié a Jesús: “Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.”

Jesús les enseña que la vida eterna no depende de casarse y tener hijos, sino de participar en la resurrección, que es la victoria de Dios.

Noviembre nos hace conscientes de cómo se caen los días y cómo se mueren los seres queridos. La vida después de la muerte no depende de nuestros buenos deseos, sino de la lealtad de Dios. Dios es el “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.”

La conclusión de muchos que no creen y la indiferencia de los que no practican, es que la muerte es la dueña final de nosotros y nuestros seres queridos. Jesús nos enseña, que la lealtad de Dios vence la muerte. Dios sigue siendo el Dios de tanta gente querida. “Para él todos viven”.

La muerte es asunto serio. Dios es más serio que la muerte.

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