Auméntanos la fe

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“No nos facilita el camino. Simplemente le da sentido”

 

La petición que los discípulos hacen a Jesús no se refiere a la cantidad, sino a la calidad de la fe. Nuestra mentalidad mercantilista generalmente nos hace pensar en peso, volumen, medida; no tanto en la ca­lidad de lo que se busca.

Para Jesús basta que sea como un granito de mostaza. Si es fe auténtica y viva, no importa el tamaño de la misma. Una medida insignificante es suficiente, como el grano de mostaza o como la cabeza de un alfiler.

La calidad de la fe se mide por el nivel de con­fian­za con que asu­mimos la vida y sus circunstancias. Nada tiene que ver con teorías, dogmas o disquisiciones aca­démicas que sirven de armazón a unas doctrinas qué sus­cribir, sino con “el sentimiento de segu­ridad que se apodera a menudo de nosotros, cuando nos halla­mos precisamente en una situación ‘desesperada’, cuando nuestro entendimiento no ve ya ninguna salida posible y cuando sabemos ya que en el mundo entero no hay ninguna persona que tenga la voluntad o el poder de aconsejarnos y ayudarnos, entonces en ese sentimiento de seguridad nos percatamos de la existencia de un poder espiritual que ninguna experiencia externa nos enseña. No sabemos qué va a ser de nosotros, ante nosotros parece abrirse un abismo y la vida nos arrastra inexorablemente hacia adelante, porque la vida sigue y no tolera ningún paso atrás. Pero cuando creemos que vamos a precipitarnos en el abismo, entonces nos sentimos ‘en manos de Dios’, que nos sostiene y no nos deja caer” (Edith Stein).

Reconfortantes palabras las de esta filósofa judía, que luego llegaría a ser monja carmelita, asumiendo el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, y hoy santa. Cuando nuestro sentimiento de seguridad llega hasta los niveles aquí descrito es cuando podemos hablar de madurez o creci­miento pleno de la fe. Hasta que no lleguemos a ese grado de confianza tendremos que repetir una y otra vez: Aumén­tanos la fe.

La fe consiste en fiarse de otro. Un otro que se acerca haciéndome una propuesta amorosa. Solo entendida así la fe toma el rostro de la confianza; de lo contrario no pasaría de ser asentimiento a unas verdades que nos resultan incomprensibles. No es cierto que la fe tenga que ver con lo que no entendemos; más bien tiene que ver con alguien que sostie­ne, en quién confiamos. Fe y camino van de las manos. Es un dejarse llevar por alguien que orienta nuestros pasos con un sentido de salvación. Que no nos conducirá a la deriva.

La fe no es una posesión. Con frecuencia oímos decir: Yo tengo fe. Y quien lo dice la piensa como un tesoro bien guardado en su baúl interior. La fe tiene que ver más con un estilo de vida que con unos contenidos guardados en cual­quier rincón del alma. Si tienes fe que se te note al levantarte cada mañana a pesar de los fracasos en cualquier ámbito de la vida, sabiendo que hay una mano más fuerte que nos apoya cuando fallan todas las fuerzas humanas.

La fe tampoco nada tiene que ver con ca­minos privilegiados. No es cierto que por­que sea una persona de fe las adversidades de la vida van a desaparecer. La fe es para dar la pelea cuando las cosas se ponen difíciles, no para que desaparezcan las complicaciones. La calidad de la fe tiene que ver más con las batallas que luchamos en la vida que con una burbuja donde nos sentiríamos resguardados. No se trata de un fármaco que tranquiliza los nervios ante las incertidumbres de la vida, sino de un riesgo que corremos al poner nuestra confianza en Otro, con todo lo que significa la otredad del Otro. “No nos facilita el camino. Simplemente le da sentido”.

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