La exigencia es una; sus expresiones muchas

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La única exigencia que pone Jesús a sus discípulos, y que no es poca cosa, es ­ponerlo a él de primero. Hay muchas maneras de expresar esa primacía. El Evangelio de este domingo nos presenta tres: posponer la familia, negarse a sí mismo y renunciar a todos los bienes. Un conjunto de exigencias que en el fondo vienen a decir lo mismo: hay que optar primero por Jesús para luego mirar, juzgar y valorar esas realidades con su propia mirada. ¡Tamaña empresa! Por eso hay que hacer bien los cálculos antes de lanzarse a la tarea. Como quien construye una torre con recursos limitados o como quien va a la ­guerra a enfrentar un ejército mucho más numeroso. Uno y otro tiene que sentarse a calcular muy bien los riesgos que se asumen antes de emprender la faena. De no ser así podría terminar haciendo el ridículo.

De lo que se trata es de re­considerar la propia vida y su fundamento. Esta debe estar cimentada sobre el mismo Jesús; no sobre las relaciones afectivas, por más familiares que sean, ni sobre el propio yo; tampoco sobre las posesiones materiales que se tiene. Una actitud como esta tiene un costo muy alto. Por eso hay que calcular bien el riesgo que se corre para que el proyecto no quede truncado. Abandonar un proyecto a medias es un fracaso total. Nadie sufre un me­dio fracaso, así como una ­construcción dejada por mitad no es una media obra; es simplemente un proyecto abandonado.

Se trata, entonces, de un asunto de adhesión a Jesús. Dos expresiones salidas de los labios del Maestro recogen esta idea: “si alguno viene tras de mí” y “ser discípulo mío”. Ambas significan lo mismo: el discípulo es aquel que camina tras las huellas de su maestro. Jesús los invita a clarificar sus prioridades al momento de responder a la invitación que Él les hace. Es como si les dijera: “calculen bien en lo que se van a meter antes de tomar cualquier decisión. Si se deciden por mí todo lo otro pasará a un segundo plano”. Aquí todo lo demás es secundario, no porque carezcan de importancia, sino porque tiene que ser visto con otra mirada, la de Jesús, con cuyos ojos aprende a mirar su seguidor.

Es importante señalar que en las exigencias que pone Jesús la renuncia a la familia y a los bienes aparecen una de primero y la otra en tercer lugar, quedando en el medio la renuncia de sí mismo. Este esquema resalta como central esta última. Más llamativo es el hecho que diga que esta re­nuncia es a precio de cruz: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”. Al ponerla en el centro quiere decirnos que las otras dos renuncias apuntan a esta. Quien quiere seguir a Jesús debe estar dispuesto a cargar la cruz como su Maestro. Allí tienen que centrarse los cálculos del inte­resado, no sea cosa que em­prenda el camino y lo abandone a mitad de trayecto.

De esta forma el Maestro deja claro, desde el principio, el tamaño de la empresa. No se anda con medias tintas. El que se decida por él debe tener cla­ro el inventario con que cuenta; deberá sentarse, como el constructor o el general, a ver cuáles son sus recursos y capa­cidades. Eso exige un gran rea­lismo. Esto es, una plena conciencia de sí mismo, de las propias posibilidades y limitaciones. Es cierto que el que llama facilita los medios para dar respuesta, pero también aquí tiene validez el dicho teo­lógico tantas veces trillado: la gracia supone la naturaleza.

Claro, hay que tener cuidado de no fijar la mirada solo en las carencias. Pienso que sería mejor trabajar en la consecución de los recursos que faltan para emprender la batalla o para construir la torre. La audacia también tiene algo qué decir.

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