Recordemos que en el ámbito bíblico el corazón es el centro de todas las facultades humanas: pensamiento, sentimiento, voluntad
Pienso que este es el título que mejor recoge y sintetiza el variado contenido que el Evangelio de este domingo nos ofrece. Se trata de una serie de exhortaciones contenidas en una recopilación de enseñanzas de Jesús hecha por el evangelista Lucas. En ellas se invita al discípulo a vivir con la confianza puesta en Dios y no en los recursos que pueda granjearse por sí mismo. Para lograrlo, el discípulo debe mantenerse vigilante, tanto para no dejarse arrastrar por valores que riñan con el reino de Dios como para acoger a Jesucristo cuando venga en su gloria. Todo ello exige que la vida y los bienes se administren con responsabilidad.
Todo este conjunto de enseñanzas y exhortaciones me hacen pensar en el sentido que debemos dar a nuestra vida; pero, sobre todo, en el ser humano “como alguien que se proyecta en dirección a un horizonte de sentido”. En efecto, ser hombre significa estar orientado hacia la concreta realización del proyecto que Dios ha puesto en nuestras manos: una vida bienaventurada.
Sin duda que la consecución de este proyecto exige empeñar por completo el corazón. Recordemos que en el ámbito bíblico el corazón es el centro de todas las facultades humanas: pensamiento, sentimiento, voluntad. En cuanto sede de la voluntad es capaz de movilizar toda la existencia personal. Desde esta perspectiva cobra mayor relieve lo que Jesús dice en el Evangelio: “donde está tu tesoro allí está también tu corazón”. La “voluntad de sentido” pasa por el corazón.
Ha escrito Eloisa Marques Miguez: “la voluntad está ligada a un ‘todavía no’, al futuro que se presenta a nuestro espíritu como una anticipación, sea como intuición, sea como proyecto, aunque marcada por la característica de la incertidumbre o del recelo”. Ese ‘todavía no’ del que habla la autora, me hace pensar en la venida del Hijo del Hombre y la consiguiente vigilancia a la que nos exhorta el Evangelio. La vigilancia es la actitud exigida por el ‘todavía no’ que nos mantiene en ascuas hasta que se haga realidad lo que esperamos.
El corazón, en cuanto órgano de la voluntad, está siempre en búsqueda de algo. De ahí la voz de alerta que emite Jesús: “háganse bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla”. En su análisis existencial Viktor Frankl resalta tres pilares sobre los que considera se construye el proyecto de vida personal: la libertad de la voluntad, la voluntad de sentido y el sentido de la vida. Junto a la libertad de la voluntad (¿podríamos decir la libertad del corazón?) aparece como su reverso la responsabilidad. Nos dice al respecto: “hay en la responsabilidad algo de abismal. Y cuanto más larga y más hondamente recapacitamos en ella, más nos percatamos de eso, hasta que nos sobreviene una especie de vértigo. Porque en cuanto profundizamos en la esencia de la responsabilidad humana, nos da escalofrío: hay algo terrible en ella, pero, al mismo tiempo, algo maravilloso. Es terrible saber que en cada momento soy responsable del siguiente momento; que cada decisión, la menor igual que la mayor, es una decisión ‘para toda la eternidad’; que en todo momento estoy realizando una posibilidad, la responsabilidad de ese momento único, o la estoy perdiendo”. Y en otra parte afirma: “solo podemos comprender la responsabilidad de la vida de un hombre siempre que la entendamos como una responsabilidad ante el carácter temporal de la vida, que solo se vive una vez.” Para todo esto ciertamente hay que mantener el corazón vigilante.
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