¡Eureka, se llama “midorexia”!

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Me encanta escribir sobre asuntos ligeros, quizás algo graciosos, pero ciertos. Advierto con asombro que va­rios de mis amigos cincuentones actúan como jóvenes.

Esa conducta no es exclusiva de mis compañeros de tertulia. La noto en otros ámbitos. Por ejemplo, hay polí­ticos que pueden ser pacientes geriátricos y caminan orondos con sus rostros transformados, sin arrugas, cabe­llos impecables y ropas ajustadas, con modas que dan ganas de gritar o de reír, o ambas a la vez. Y esto no es ex­clu­sivo del sexo masculino. ¡Y cuando la Junta Central Electoral les permita colocar afiches, ahí sí veremos cambios en las caras, irreconocibles figuras con nombres famosos!

Como la presencia de “viejevos” se ex­pan­de por doquier, yo, curioso al fin, investi­gué si eso podía consi­derarse una enferme­dad o algo por el estilo. Esto así, porque estoy convencido de que ya nada escapa a tener un nombre que defina lo que hacemos.

¡Eureka! Hace días encontré la respuesta. Este trastorno (ya lo catalogan así) se llama “midorexia” el cual, dicen, es un estado mental que apareció por primera vez en un reportaje de Shane Watson en 2016, que afecta tanto a hombres como a mujeres.

“Midorexia” se re­fiere a las personas de edad madura que juran que son jóvenes y ha­cen cualquier cosa para mantenerse en forma, se someten a cirugías estéticas, son asiduas al gimnasio, usan accesorios coloridos, visten como sus nietos… An­tes, algunos que aplicaban para la jubilación, recelaban de la juventud porque fueron mo­zalbetes; ahora muchos de ellos quieren ser jóvenes porque parece que desconfían de sí mismos.

Y uno los ve sumer­gidos en la tecnología, con un lenguaje propio de los Millennials, una generación nacida en­tre 1981 y 1999. Para nuestros protagonistas, ser parte activa de la tecnología les hace sentir adolescentes.

Afirman los expertos que los “midoréxicos” pueden tener se­rios problemas de identidad, que hasta podrían deprimirse y andar por las calles con múltiples personalida­des. Debo estar más atento de mi entorno.

Naturalmente, nun­ca juzgaré esas conductas como buenas o malas. Cada cual es responsable de sus actos, de lo que quiere ser o aparentar, siempre que no perjudique a terceros o en su nuevo “modus vivendi” no re­salte la palabra “ridicu­lez”.

Lo ideal es ser eternamente joven, pero de espíritu, obra y acción, no apenas de forma. Aunque, total, lo esencial es invisible para los ojos, como bien sentenció Antoine de Saint-Exupéry, en “El Principito”.

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