En los primeros años de mi vida como sacerdote tuve el privilegio de ser capellán de la cárcel de Rafey en Santiago. Monseñor Flores, junto a mi papá, diácono permanente, me pidió realizar este servicio; iba los sábados en la mañana, de manera quincenal, y confesaba primero a los que querían y podían recibir este sacramento, y luego celebrábamos la Eucaristía en el comedor del recinto, pues en ese entonces no había capilla como ahora, ni las cárceles eran lo que son hoy. Desde ese entonces hasta estos días se ha avanzado bastante en cuanto a política carcelaria, respeto hacia los internos y formas más justas y humanas de conducir la dirección del penal.
Recuerdo que un día invité a un amigo a que me acompañara a la celebración en la cárcel, y su respuesta me dejó un poco desconcertado, primero, pues no esperaba de él lo que me dijo, y segundo daba qué pensar. Según él, no le gustaba ir a la cárcel y entendía que no tenía necesidad de ir, pues lo único del Evangelio que no entendía era ese texto de Mateo 25, 36, donde Jesús dice que él estuvo en la cárcel y le visitaron, pues los presos estaban ahí por justicia, ellos se buscaron su propia condena y estaban pagando lo que debían, por lo tanto no había la necesidad de tanta condescendencia y, por qué Jesús tenía que estar en uno que se buscó su propio problema e hizo actos de maldad a sus semejantes o a la sociedad?
Aquello me anonadó, pues no lo esperaba de él, por la bondad y fe que profesaba, y además porque en lo formal hasta tenía cierta lógica, pero contradecía el Evangelio, y no todo lo lógico es cierto.
Para entender el porqué de este precepto de Jesús de visitar a los presos, hay que tomar en cuenta el mismo texto de Mateo, pero en el 25,40, donde dice que cuando lo hicieron con los más pequeños o pobres, como traducen las Biblias, con él lo hicieron, y ahí es que está la cuestión, ya que Jesús nos señala un nuevo lugar de la revelación suya que es el pobre, el carente dé, y como tal los presos son carentes de libertad y de muchas cosas, que son las que le llevan a cometer los actos por los cuales están en la cárcel.
Ser cristiano, ser creyente en el Dios de Jesús, es dejarse traspasar por el Evangelio, configurar su vida con la palabra allí contenida. Es la lógica de Jesús contra la lógica del mundo, en sentido del Evangelio de Juan, mundo como todo lo contrario y lo que se opone a Jesús, mentalidad muy diferente al pensar en cristiano. Lo propio es que los presos se pudran en esos lugares, para que así paguen todo el mal que hayan podido hacer, pero esa no es la actitud humana, y menos la cristiana. El ser humano tiene derecho a una segunda oportunidad y más, muchas veces los que llegan ahí es porque no han tenido la misma oportunidad que otros, o no han sabido utilizarla en bien si la han tenido, y es necesario corregir eso, y en nombre de la fe todos estamos llamados a la conversión y al arrepentimiento, y hay que hacer lo posible para que ningún ser humano e hijo de Dios se pierda, siempre hay que buscar la manera de rescatar lo perdido y evitar a aquello que se va perdiendo.
Visitar al preso es un precepto del Evangelio para todo seguidor de Cristo y propio de las buenas obras de un cristiano, pero no es por hacer la obra en sí, sino porque todo lo que hacemos en nombre de nuestra fe es buscar a Cristo, estar cerca de Cristo, encontrarnos con él, y nos ha dicho que en nuestros hermanos encarcelados espera por nosotros.
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