Entrega No. 14
En la entrega anterior mencioné a René Guzmán y, además del cariño que nos tenía, debo decir que no escuché a nadie que hiciera un cuento de muertos mejor que él. Era blanco, más bien pequeño, de ojos claros, con voz grave. Iba a casa al anochecer (los cuentos de muertos no se hacen de día), y en aquel silencio absoluto (todo el campo dormía, excepto grillos, calcalíes y aves nocturnas). Él era el sustituto del cine, la TV y la radio. Todavía recuerdo el de un muerto que quería darle una botija, y se presentaba en forma de gallina; René iba por el camino; intentaba acercarse, y la gallina corría, resonando sus pasos como si llevara zapatones. (Imaginación, ¿eh? Y no había dibujos animados…).
A propósito de muertos, una vez apareció uno colgado de una mata, cerca de las tierras de Erasmo Bretón. Todo el mundo fue a verlo, pero nadie lo conocía; parece que lo trajeron de otro lugar, (lo que era común en tiempos de Trujillo). Poco tiempo después se dijo que en ese mismo lugar, alguien había sacado una botija. Papá y algunos de nosotros fuimos a ver; había muchos pedazos de una tinaja nueva por todas partes, sobre todo alrededor del hoyo. Una de mis hermanas, aún pequeña (¿Bernardita?), vio cerca del lugar de la botija, excremento de algún curioso ser humano, y preguntó: “Papá, ¿y los muertos (las botijas) hacen cacá?” (Una pregunta, sin dudas, trascendente).
En esos tiempos se hablaba mucho de botijas (botijuelas en el Sur). Papá contaba que una noche fue, como de costumbre, a cuidar un rancho de tabaco en La Chiva (un conuco que yo conocía bien, pues en él fue que hice mi siembra maliciosa de maíz: contraviniendo las indicaciones de Papá, echaba puñados en cada hoyo, para terminar pronto).
La noche estaba como el día, con una luna muy clara. Dice Papá que desde que se acercó para abrir el candado de la puerta del camino, alcanzó a ver una luz, suspendida a más de un metro sobre la tierra. Él abrió la puerta y entró. Si él se movía, se movía la luz; si se detenía, también lo hacía la luz. Llegó al rancho, pero la luz tomó otra dirección. La siguió hasta que ésta pasó por encima de la maya que dividía los terrenos, yendo a meterse al pie de la mata de jobo que hacía de guardarraya. Papá no dudó: le estaban dando una botija. Pero pensó que si se ponía a cavar en tierra ajena, dirían que él era un ladrón. Yo le pregunté si no sintió miedo en ese momento. Me dijo que no, y que la prueba era que fue a acostarse tranquilamente en el rancho, para cuidar el tabaco. Ha de saberse que eran lugares solitarios, sin casas en los alrededores. Al poco tiempo, el dueño de los terrenos en donde se metió la luz, empezó a dar muestras de una inexplicable prosperidad, cuya causa Papá aseguraba conocerla bien.
Otra botija. Un hermano de mi abuelo y su esposa, se enteraron que en un relativamente pequeño cafetal de su propiedad había un muerto que daba una botija. Tanto le insistió la señora a mi tío abuelo, que tuvo que aceptar ir de noche al mentado cafetal. Al llegar al mismo se dividieron: uno iría a la derecha y otro a la izquierda. Se dice que la doña llamaba al muerto diciéndole: “Pichón, ven pichón…”. Así fueron rodeando el cafetal, distanciándose uno del otro.Parece que sentían temor, o se concentraron tanto en su tarea, que se olvidaron de todo. Lo cierto es que cuando alcanzaron a encontrarse los dos al otro lado del cafetal, el susto fue tan grande, que faltó poco para que hubiera verdadero muerto en la aventura del pichón.
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