Monseñor Rafael Conrado Castellanos Martínez: Un pastor contra la primera intervención norteamericana

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TERCERA PARTE

En las páginas del periódico “El Eco Mariano” mantuvo el padre Castellanos su intransigente repulsa contra la intervención americana de 1916. Afirmaba sentirse “hondamente apesadumbrado, y como una protesta contra ese hecho opresor y humillante, enluta sus columnas que continuarán así, mientras están de duelo la justicia, el derecho, la vergüenza nacional y el decoro patrio”. (Vetilio Alfau Durán. Obras del Padre Castellanos, pág. 22).

En agosto de 1922 puso de ma­nifiesto, nueva vez, las fibras más hondas y sensibles de su patriotismo. Al saber que se gestaba el Plan Peynado para la desocupación de la República por las tropas interventorías elevó su más enérgica protesta, fiel a su credo naciona­lista, pues el mismo implicaba aceptar los actos jurídicos y demás disposiciones del gobierno interventor.

Expresó en la ocasión: “no pue­do callar; me consideraría criminal y mi conciencia me atormentaría si no hiciera constar públicamente que rechazo con todo el vigor de mi ser y con todo el fuego de mi patriotismo el PLAN PEYNADO. Debo ser consecuente con mi pasado que está libre de pecado contra la Patria. Protesté en 1904 contra el bombar­deo de Villa Duarte; en 1916 contra el Plan Wilson y el Plan Harding, Ahora estoy obligado a protestar contra el Plan Peynado, que no es obra de liberación sino de eterna esclavitud para el pueblo dominicano, que es digno de mejor suer­te”. (Listín Diario, No. 9969, 7 de agosto de 1922. Pág.8).

El 15 de agosto de 1922 se llevó a cabo en la Puerta del Conde la Coronación Pontificia de la imagen de Nuestra Señora de La Altagracia, siendo Arzobispo de Santo Domin­go Monseñor Nouel. Correspondía al padre Castellanos, de acuerdo con el programa elaborado, pronunciar el Sermón de orden en tan so­lemne ocasión, pero en coherencia con su convicción patriótica se re­husó a hacerlo.

Él mismo diría, en su libro de notas, citado por Don Vetilio Alfau Durán, que la razón de su negativa se debió a la pretensión de impo­nerle una especie de censura previa a fines de que no dijera “nada que pudiera mortificar a los norteamericanos “y afirmando que prefería callar si “no le era lícito pedirle a la Santísima Virgen de La Altagracia que nos hiciera el milagro de la absoluta liberación del pueblo do­minicano”.

Presidió el Partido Nacionalista pero en 1929 presentó su renuncia a éste, inconforme con el derrotero que tomaban las cosas en el país en la agonía del régimen de Horacio Vásquez, retirándose definitivamente de la vida política.

Nuevos signos ominosos se cernían sobre la República con el arribo al poder de Trujillo. En aquellas difíciles circunstancias puso de manifiesto una vez más la firmeza de su carácter y su defensa apasio­nada de la libertad. Su actitud hacia el régimen fue de velado repudio. No transigía con sus ya incipientes métodos dictatoriales ni la tempra­na lisonja que alimentaban la egolatría del dictador en ciernes.

Sabía que el régimen se oponía a su designación para ocupar el solio Arzobispal; no obstante, su notable entereza humana, intelectual y apostólica fue calibrada a profundidad por el Nuncio Apostólico de Su Santidad en la República Domini­cana y Haití Monseñor José Fietta, con quien sostuvo una entrevista en Cabo Haitiano en marzo de 1931.

De ella dio cuenta a su amigo el notable historiador Vetilio Alfau Durán en carta personal que le en­viara el 31 de marzo, expresándole:

“(…) Está llegando la hora de la justicia amigo mío… Le repito: la Iglesia es muy sabia y procede con calma; pero se hace sentir cuando es necesario… El Nuncio me llamó a Cabo Haitiano. Quiso conocerme por dentro y me conoció. Él quedó muy contento de mi entrevista y yo mucho. Me recibió y me trató como si hubiera sido un viejo compañero. No me dijo lo que piensa hacer; porque es un gran diplomático; pero se ve que está preparando su plan…”

(Rafael Conrado Castella­nos Martínez. Sermones. Pág. 809).

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