Dios trasciende hacia abajo

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El misterio de la Pasión de Cristo ha de sumergirnos en el misterio de nuestra propia pasión

¿Hay algo más contradictorio a la lógica humana? ¿Qué es eso de que Dios trasciende hacia abajo? Nos lo dice de forma magnífica el himno que se nos propone como segunda lectura en este Domingo de Ramos: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”. En Jesucristo Dios nos revela que no le interesa reservarse a sí mis­mo. ¿No consiste en eso el misterio de la cruz? Es la mayor expresión del despojo de sí mismo. Y es precisamente por esa actitud de abajamiento que hoy toda rodilla se dobla cuando se contempla el crucifijo. El que se ha vaciado ha sido colmado de plenitud.

La celebración de este día recoge esos dos matices, pero al revés: Comienza con el batir de las palmas y termina con la liturgia de la Pasión del Señor. El mismo nombre litúrgico de la celebración de este día nos lo señala: Do­mingo de Ramos en la Pasión del Señor.

La Semana Santa nos invita a contemplar y vivir ambos aspectos. Nos invita a contemplar la cruz como el verdadero rostro de Dios al tiempo que también nos invita a vivir nuestra propia pasión. No tiene sentido celebrar y contemplar la pasión de otro si no miramos y contemplamos la nuestra.

La Pasión de Cristo es salvadora porque nos mueve a vivir la nuestra. La salvación no es posible si no nos dejamos salvar. El misterio de la Pasión de Cristo ha de sumergirnos en el misterio de nuestra propia pasión. Y esto en un doble movimiento: a-pasion-amiento por lo que se hace y padecimiento de lo que llega. A la luz de la Pasión de Cristo debemos preguntarnos por nuestra propia pasión. Aquello que nos apasiona y aquello por lo que estamos dispuestos a padecer sin poner resis­tencia. “El segui­miento [de Jesu­cristo] vaciado de cruz ya no es seguimiento sino parada” (Pronzato).

Hay gente que se pregunta por qué si Dios es omnipotente permite que su hijo pase por la pasión y la cruz. Quienes así se cuestionan tendrían que examinarse sobre su comprensión de la omnipotencia divina. ¿No con­sistirá esta en la capacidad de trascender hacia abajo? Sé que la lógica hu­mana indica todo lo contrario; pero es que la lógica divina no es humana. La omnipotencia de Dios se nos revela en su capacidad de encarnarse, de su­frir con nosotros, de dejarse crucificar injustamente como tantos condenados de la historia. El gran poder de Dios consiste en su capacidad de renuncia a toda voluntad de poder hasta el pun­to de dejarse golpear por los seres hu­manos. ¿Hay algo más contrario a la lógica humana?

Durante esta semana contemplaremos en Jerusalén los extremos que el hombre es capaz de pisar: el amor apasionado y el odio embrutecedor; la entrega de la vida como servicio a los demás y la búsqueda desmedida del poder; la traición y la generosidad desmedidas; la conciencia de la pro­pia culpa y el reproche injustificado al inocente. Cada uno tendrá la ardua tarea de ver hacia cuál de los extre­mos se inclina en esta etapa de su vida.

Semana Santa es una buena oca­sión para pensar en los propios senti­mientos; los personajes de la pasión, y los demás que irán apareciendo a lo largo de la semana constituyen un ex­celente mural de espejos donde po­dríamos descubrir nuestro propio rostro.

Insistamos una vez más. Los extre­mos entre los que se desarrolla la vida aparecen claramente en la celebración de este Domingo de Ramos. La alegría y expresiones de júbilo propias de la entrada triunfal de Jesús en Je­rusalén contrastan con su dolorosa salida hacia el Monte Calvario. ¿Po­drá haber dos matices más contras­tantes que esos? Entrada y salida; ramos y cruz; cantos de júbilo y la­mentos; la multitud y la soledad. Nada más cotidiano en la vida humana que los acontecimientos de esta semana de pasión.

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