Foucauld: “El Hermano Universal”

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De ateo a monje

La Cuaresma es una llamada apremiante a la conversión. Un tiempo para renovar nuestra comunión con Dios y con los herma­nos. Ver a un hombre que se convierte a Dios nos motiva a todos. El cielo está lleno de hombres y mujeres que pasaron de la esclavitud del pecado a la vida nueva del reino de Dios. Varios nos cuentan su conversión. San Pablo la cuenta dos veces. San Agustín. Carlos de Foucauld la narra dos veces también.

Una en un retiro en Nazaret en 1897. Otra en una carta a un ami­go ateo, Henry de Cas­tries, en 1901. Carlos de Foucauld pierde la fe a los 16 años, co­mienza a vivir una vida desenfrenada, sumido en el ateísmo, esclavo del mal. A los 28 años recobra la fe, se convierte y comienza la nueva vida totalmente para Dios y para el prójimo.

Oigamos al mismo Carlos contar su conversión a su amigo ateo Henry de Castries: Mientras estaba en París, haciendo impri­mir mi viaje a Marrue­cos, me encontré con personas muy inteli­gentes, muy virtuosas, muy cristianas; me dije –perdone mi modo de expresarme, pienso en voz alta–, “que quizá esta religión no era ab­surda”; al mismo tiempo, una gracia interior extremadamente fuerte me empujaba; comen­cé a entrar en las iglesias, sin creer, y no me encontraba bien sino en ellas, pasaba largas horas repitiendo esta extraña oración: “Dios mío, si existís, haced que yo os conozca”… Me vino la idea de que era necesario ilustrar­me sobre esta religión en la que quizá se en­contraba la verdad de la que yo ya desesperaba; y me dije que lo mejor era tomar unas lecciones de religión católica (…). Lo mismo que había tomado un buen thaleb (un maestro) para que me ense­ñase el árabe, buscaba un sacerdote instruido que me diese ex­plica­ciones sobre la religión católica. Me dirigí al Señor Huvelín; yo pe­día lecciones de reli­gión, me hizo arrodi­llarme y confesarme y a continuación me mandó comulgar. Y desde entonces, Dios mío, ha sido una ca­dena de gracias crecientes. En los comienzos la fe tuvo que ven­cer muchos obstáculos; yo, que había dudado de todo, no lo creí todo en un día; tan pronto me parecían increíbles los milagros del Evan­gelio como mezclaba trozos del Corán en mis oraciones.

A partir de su conversión Carlos inicia un camino de creci­miento en su vida para Dios y de santidad has­ta terminar dando su vida como si fuera már­tir. Su testimonio nos impulsa a seguir creciendo en nuestro proceso de santificación.

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