“… Pero, por tu Palabra…” Pedro no se cierra a la posibilidad de lo imposible: “por tu palabra, echaré las redes”.

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Tanto esfuerzo había sido inútil. La noche entera lanzando una y otra vez las redes en el lago para ver con desilusión como salían sin nada. Frustra­ción total. Cuando Jesús apa­rece a orillas del lago ya “los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes”. Me imagino la amargura de aquellos hombres ante la experiencia de una noche esté­ril. ¿Con qué ánimo podrán escuchar a un galileo, de la misma tierra que ellos, que venga a hablarles de Dios? No obstante, se detienen un mo­mento, junto con la gente que se “agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios”. ¿Podrá haber una pala­bra más alentadora que esa cuando la vida se nos vuelve infructuosa?

Es precisamente una de las barcas que había regresado vacía, la de Pedro, la que sirve de púlpito al Maestro de Na­zaret para dirigir su ense­ñanza al pueblo. No dejo de preguntarme qué fuego contendrían las palabras de Jesús que ha­cían que la gente se agolpara a su alrededor para escucharlo con gusto. Incluso unos pesca­dores como aque­llos, cansados y frustrados, son incapaces de resistirse a su escucha.

La generosidad de Pedro al ceder su barca para la predicación encuentra su recompensa. Unas palabras esperanza­doras, y por lo tanto absurdas (¡no se nos antojan absurdas la mayoría de acciones utópicas!), le devuelve la ilusión perdida: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar”. ¿Valdrá la penar hacer caso a las palabras de un carpintero que manda a echar las redes en pleno día, cuando ya el mo­mento bueno de la pesca ha pasado? Pedro expresa su duda al respecto cuando responde: “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”. ¿No dejan sentir estas palabras el olor de la amargura y la frustración, pro­pias de quien siente que todo su esfuerzo ha sido en vano?  Fíjate en el verbo “bregar”, “nos hemos pasado la noche bregando”; la faena ha sido ardua y los resultados nulos.

Sin embargo, Pedro no se cierra a la posibilidad de lo im­posible: “por tu palabra, echa­ré las redes”. ¿Será posible que por el día logren pescar algo aquellos que durante toda la noche han visto sus redes emerger vacías? Sabemos que el mejor tiempo para pescar es la noche, sobre todo la madrugada. Este mandato de Jesús lo recibe Pedro bien entrada la mañana, puesto que ya estaban lavando las redes. Para su sorpresa el resultado no podía ser mejor, “hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red”, tuvieron que llamar a sus amigos de la otra barca “para que vinieran a echarles una mano”, “y llenaron las dos barcas, que casi se hundían”. Desde ese momento, Pedro y los demás discípulos comprenderían que la vida sin Jesús po­dría verse envuelta en la esteri­lidad y que, con él, por su ­palabra, los frutos están garantizados.

Hay algo más que Pedro aún no sabe, esta abundante pesca es apenas un anticipo de lo que viene luego: “desde ahora serás pescador de hombres”. Pedro tendrá que poner su pericia como pescador al servicio de un proyecto mayor. No deberá conformarse con tirar las redes a un lago que en ocasiones solo produce frustración; en adelante su lago será el mundo y los peces serán tantos corazones inquie­tos deseosos de encontrar aguas tranquilas que les permitan vivir a tope. Tanto él, como Santiago y Juan, aceptaron con decisión el reto, puesto que “dejándolo todo” siguieron al Maestro hasta el final.

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