La mejor desfiguración de la concepción cristiana del arrepentimiento es aquella que en sus célebres versos dejó consignada el gran poeta español Ramón de Campoamor cuando afirmaba:
Mira te voy a explicar
La rueda de la existencia
Pecar y hacer penitencia
Y luego vuelve a pecar.
No se trata de pecar intencionadamente. Antes bien, los Padres de la Iglesia nos advirtieron siempre de que en el combate interior no debe nadie presumir de fuerte, sino más bien, huir, en término real y también figurado, de aquellas ocasiones en las cuales nos vemos tentados a cometer las acciones que deberíamos evitar, por ser nocivas a nuestra vida física, emocional y espiritual.
Ocurre, no obstante, que todo ser humano, cristiano o no, puede sentirse reflejado en lo que escribía San Pablo a los cristianos de Roma, conforme lo vivía en su frágil condición: “…porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (Romanos 7: 19).
Cada día es un lidiar constante con nuestras faltas. Ese empeño sin tregua, en que no siempre coinciden la intención con la voluntad. Ese ir avanzando entre tropiezos, asumiendo de una vez y por todas que de nada podemos presumir sino es, precisamente, de nuestra propia debilidad, recurriendo confiados a la bondad infinita de Dios.
Vienen a colación, precisamente, las precedentes reflexiones al calor de la lectura de un hermoso como poco conocido texto espiritual cuyo título, precisamente, encabeza el presente artículo: “El Arte de Aprovechar nuestras Faltas según San Francisco de Sales”. Fue escrito por un sabio y santo sacerdote, el Padre Joseph Tissot, nacido en 1840, en Annecy, Francia. Fue Superior General de los Misioneros de San Francisco de Sales y un gran especialista en Teología y Derecho Canónico, pero, muy especialmente, de una profunda y cultivada vida espiritual.
La magnífica introducción del texto nos sitúa, de inmediato, en la esencia de su contenido. No debemos extrañarnos de nuestras faltas pero tampoco desanimarnos ni deprimirnos por ellas. Y cita, para ilustrarlo, aquel hermoso consejo que San Francisco de Sales daba a una de las hermanas que le correspondía orientar espiritualmente: “Vives con mil imperfecciones. Es verdad, mi buena hermana, pero ¿No intentas, constantemente, hacerlas morir en ti? Es cierto que mientras vivimos en este cuerpo tan pesado y corruptible, siempre habrá en nosotros un no sé qué que nos falte”. (Págs. 11 y 12).
Pero más aleccionador y edificante resulta el texto cuando explica con pedagogía sencilla y profunda el provecho espiritual que hemos de tratar de obtener de nuestras faltas y que procuraré resumir como anticipo para quienes se animen a buscar y profundizar en el texto completo, a saber:
1.- Debemos utilizar nuestras faltas para amar nuestra miseria. Y esto “no por falta de ánimo o de generosidad, sino para poder exaltar más la Majestad divina y estimar más al prójimo que a nosotros mismos” (Pág. 52).
2.-Aprovechar las faltas para hacer crecer nuestra confianza en la misericordia de Dios. “Frente a nuestra nada su bondad se hace amor, frente al pecado, su amor se hace misericordia”. (Pág. 61).
3.-Aprovechar nuestras faltas para afirmarnos en la perseverancia. Hermosa e ilustrativa es la cita de San Juan Crisóstomo a este respecto: “debería sernos suficiente ver que hombres, muy superiores en santidad, no han estado libres de debilidades, para hacernos más sobrios, para caminar con más precaución y para tener mayor prudencia… pero nuestras desgracias personales logran instruirnos todavía mejor. Nuestra naturaleza es de tal modo, que necesita tropezar ella misma con los escollos para constatar que son una funesta realidad. (Pág. 75).
4.-Aprovechar nuestras faltas para hacernos más fervorosos. La cumbre de toda perfección es el fervor en el amor divino. (Pág. 82).
5.-Aprovechar nuestras faltas para un amor activo en obras. “El testimonio del amor son las obras” afirmaba, citando a San Gregorio. Pág. 88).
6.-Aprovechar nuestras faltas para crecer en la devoción a la Santísima Virgen. Afirma, citando a San Francisco de Sales, que “La Virgen María fue y es siempre la estrella polar y el puerto favorable de todos los hombres que navegan por este miserable mundo”. (Pág. 96).
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