Familia, lugar de descubrimientos

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Cada nacimiento representa una familia. Jesús, el Hijo de Dios, pasó la mayor parte de su vida en el marco de una familia. Bajo la mirada de María y al calor de su trabajo de mujer diligente, junto al dedicado José, creció Jesús, “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” nos lo narra Lucas (2, 41 – 52).

Muchas de nuestras sociedades, incluyendo la nuestra, están enfermas. ¡Faltan verdaderas familias!

La verdadera familia descubre, como Ana (1 Samuel, 1, 20 -28) que la vida y los hijos son un regalo. Cada ser humano es un regalo que Dios nos hace. Pero aquí en RD, es difícil descubrir el valor de la vida huma­na. Nuestra pobreza, sazonada con bancas de apuestas, alcohol excesivo, medios embrutecedores y la enredadera tropical de la corrupción impune, todos entorpecen los descubrimientos. Y aún así, hay familias entre la gente pobre, que son las reservas morales de la na­ción. Como los pinos en las laderas escarpadas de la Cordillera Central, ellas sostienen esta tierra hundiendo sus raíces en el suelo, guardando su agua, mientras extienden al cielo sus brazos en una perenne oración verde para que llegue el día del Pan Nuestro.

Descubriéndonos hijos de una familia, estamos en el camino para descubrirnos hijos de Dios (1ª Juan 3, 1-24). Del cariño familiar podemos saltar a “la plena confianza ante Dios.”

Finalmente, la familia es el lugar donde empezamos a descubrir hasta dónde llega nuestra identidad más profunda. Siem­pre se da un escarceo entre el joven, descubriendo la propia vida, y los padres, de nuevo aprendices, ante uno a quien descubren diferente. La familia de Jesús lo manejó con el diálogo difícil de angustias, y la afirmación de la propia voca­ción. Familia, lugar para guar­dar cordialmente lo que no entendemos, mientras respetamos la autoridad.

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