Los textos que la liturgia nos presenta para este domingo tienen un marcado acento apocalíptico. La literatura apocalíptica pretende presentarnos el final de una era y el comienzo de otra con un lenguaje fuerte, rayano en la extravagancia. La primera lectura, por ejemplo, habla del surgimiento de tiempos difíciles, de muertos que se levantarán, de sabios que brillarán fulgurosamente; el Evangelio, por su parte, nos dice que el sol y la luna dejarán de alumbrar, las estrellas caerán y los astros se tambalearán. No obstante, en ambos casos, tanto en la primera lectura como en el Evangelio, se insiste en que un resto se salvará: “se salvará tu pueblo” (primera lectura) y “enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos”. Estas últimas dos notas recogen la esencia del género apocalíptico: mantener viva la esperanza de los creyentes en medio de situaciones que le resultan catastróficas.
En los evangelios aparece un discurso de Jesús expresado con este lenguaje. Marcos lo recoge en el capítulo 13 de su Evangelio y Mateo en los capítulos 24 y 25. El fragmento que la liturgia nos presenta este domingo es precisamente del texto de Marcos. Este discurso de Jesús se suele llamar “discurso escatológico”. El término “escatológico” es de origen griego y remite a las “realidades últimas”, aquellas que tienen que ver con el fin de la historia o de toda existencia. No debe sorprender que Jesús hiciera uso del género apocalíptico para pronuncia su “discurso escatológico”, ya que era un lenguaje que se había popularizado en su contexto histórico. En el Antiguo Testamento, tanto Ezequiel como Daniel, entre otros, habían hecho uso del mismo. De este último es, precisamente, la primera lectura de este día. No olvidemos, además, que los primeros cristianos hicieron uso de este lenguaje para reavivar su esperanza en medio de la persecución. Nos ha quedado como testimonio el último libro de la Biblia, titulado precisamente Apocalipsis, palabra de origen griego que significa “revelación”.
Como es obvio, el discurso escatológico pronunciado por Jesús no pretende describir los fenómenos físicos que caracterizarán el fin del mundo, por lo que las señales tan dramáticas utilizadas por él no deben tomarse al pie de la letra. “Solo quieren pintar de un modo fuerte e incisivo el juicio divino en un mundo corrupto y perverso”. Se trata, por consiguiente, de un lenguaje simbólico con el cual se busca expresar el fin de un tiempo y el comienzo de otro, a la vez que procura animar al creyente para que aguarde con esperanza la intervención divina que hará posible ese cambio. Y “porque se asoma a algo desconocido y tenebroso, esta literatura prefiere usar señales, visiones y escenas que llevan impresas sensaciones de terror o de incomprensibilidad.” (G. Ravasi)
En su discurso, Jesús habla de la venida del Hijo del hombre, aludiendo a su segunda venida, de la cual nadie sabe el día y la hora. Lo importante es que su venida forma parte del plan salvífico divino. El cómo y el cuándo pertenecen únicamente a Dios. Tanto a Jesús como a sus seguidores solo compete establecer las bases del Reino de Dios, gestando proyectos salvíficos de salvación y de liberación.
Con este discurso escatológico los evangelistas entrelazan las dos venidas de Cristo, en el tiempo presente y al final de los tiempos, resaltando, así, la continuidad de la historia de la salvación. El cambio anunciado por la apocalíptica se aleja de una concepción catastrófica de la historia y abre a la espera de un mundo nuevo.
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