II. Jesucristo cumplimiento del designio del amor del Padre

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  1. b) La revelación del Amor trinitario

30 El testimonio del Nuevo Testamen­to, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf. Rm 8,26), capta en la luz de la revela­ción plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. San Pablo escribe: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entre­gó por todos nosotros, ¿có­mo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?» (Rm 8,31-32). Un lenguaje semejante usa también San Juan: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4,10).

31 El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de la salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Re­sucitado. Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son co­munión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre, de quien todo pro­viene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a en­tregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espí­ritu Santo infunde en el cora­zón de los hombres (cf. Rm 5, 5).

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,30 Jesucristo re­vela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (cf. Rm 8,15; Ga 4, 6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree fir­memente «que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro ».31

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