El deporte dominicano ha sufrido dos grandes tragedias colectivas. La primera tuvo lugar el 11 de enero de 1948, donde en un accidente de avión en Río Verde, Yamasá, murió el equipo completo de béisbol de Santiago.
La segunda sucedió el 15 de noviembre 1992, cuando la aeronave, cuyo destino final era Cuba, se precipitaba en la Loma Isabel de Torres, Puerto Plata, pereciendo 6 destacados ajedrecistas. Me referiré al caso del ajedrez, 26 años después.
Esa misma noche empecé a escribir. Mis manos temblaban, no dominaba el lapicero, como si el minúsculo misil quisiera convertirse en una pieza más del tablero. Les presento lo que salió de mi alma. Lo titulé “El ajedrez llora su infortunio”.
“El ajedrez dominicano está de luto y hasta Cuba se viste de negro. Los peones lloran golpeando sus plebeyas figuras contra el verdoso tablero de un ajedrez espantado por su reciente apariencia tétrica, incendiaria y pasmosa. Los caballos brincan como locos y se estrellan contra un muro de fuego cual suicidas desesperados por amores perdidos en la eternidad.
Los alfiles, con sus diagonales aturdidas, maldicen sin cesar a la montaña asesina y se lanzan al vacío dejado en las 64 casillas, para allí morir en profunda meditación, porque también decidieron matar la vida. Y la torre se olvidó de sus firmes columnas y ahora anhela desplomarse y perderse en el infinito. ¡Oh gambitos perfumados! La torre ya no quiere ser piedra, sino espuma celestial.
Y la reina, desde siempre hermosa, hoy padece radicales transformaciones estéticas que la obligan a refugiarse en cuevas tenebrosas para esconderse de quienes, durante siglos de colores, la han contemplado como el ser más sublime de la naturaleza.
La reina agoniza en su oscuridad y su pesar y su dolor se expanden con fuerza de huracán, prometiendo arruinar los pensamientos calculados de los amantes quijotescos del juego-ciencia. Y el rey, atrapado en un jaque mortal, no tiene escapatoria. Solo le queda rendirse con orgullo ante la cruda realidad del ave metálica que destruyó a sus súbditos humanos.
Luego de la catástrofe, Dios, junto a ángeles y arcángeles, podrá disfrutar en su noble morada de la compañía y del talento de los ajedrecistas que no lograron alcanzar la tierra de José Martí. Honor a Los Inmortales: Pachón, Manolo, Marcelino, Héctor, César y Adelquis (cubano)”.
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