Aparte de la agradable planta aromática que, por distinta etimología lleva este nombre (ros maris), Romero es, según lo consigna el Diccionario de la Academia Española, “Del b. latín. romaeus, y este del griego bizant. ῥωμαῖος rōmaîos; literalmente ‘romano’, nombre que se aplicaba en el Imperio de Oriente a los occidentales que lo cruzaban en peregrinación a Tierra Santa y, en fecha posterior, a los peregrinos de Santiago y de Roma”.
Como apellido, Romero es netamente español, destacándose varias personalidades que lo ostentan, principalmente toreros, alguno de los cuales incluso mereció ser retratado por Goya, el renombrado pintor español. (Cf. Encyclopedie des Noms de Famille. Archives & Culture, Paris 2002, voz Romero). En nuestro país hay familias que llevan ese mismo apellido, entre las que tengo muy buenos y destacados amigos.
El santo Monseñor Óscar Romero no fue torero, ni mucho menos, pero supo enfrentar con gallardía y coraje la violencia y la injusticia, padecida principalmente por los humildes del pueblo salvadoreño. Debido a ello, tiñó de rojo con su propia sangre el suelo de su querida patria, y por esa razón su nombre fue reconocido en toda América Latina y mucho más allá. (En la misma Enciclopedia francesa que he citado más arriba, aparece Mons. Romero entre los renombrados portadores de tal apellido).
En mis tiempos de estudiante de teología ya había en el Seminario Santo Tomás de Aquino, en Santo Domingo, algún seminarista salvadoreño (Jorge Benavides, por ejemplo). Como sabemos, el propio Monseñor Romero estuvo en Santo Domingo, del 19 al 23 de marzo de 1979, invitado por los Misioneros del Sagrado Corazón (MSC). Era, pues, bien conocido entre nosotros.
En los meses siguientes a su muerte, llegó a nuestro seminario un número considerable de seminaristas de El Salvador y de otros países de Centroamérica.
Como nos impactó tanto su trágico fallecimiento, cada 24 de marzo, en vez de clases, se celebraba la Eucaristía recordando su martirio. En el año 1981, al asumir los sacerdotes diocesanos la dirección del Seminario Santo Tomás de Aquino, mantuvimos dicha celebración. Pero recuerdo que, siendo ya vice-rector académico, debí enfrentar a algunos profesores que no le veían sentido. Con el apoyo del Rector y del Equipo Formador, logré que no se interrumpiera tan hermosa tradición.
En 1980, con ocasión del martirio del que ahora ha sido elevado a los altares, escribí los siguientes versos:
«24 de marzo»
Romero,
un nudo sube a la garganta
mirando absorto
al pueblo que te canta.
Estas voces dolientes
celebran hoy tu sangre
que ha subido tan alto.
Tú sabes cuánto pesa
el fardo de los pobres,
o cómo quema el tiempo
pendiente de un asalto.
También la Eucaristía
es hoy como tu vida:
partir el pan
y dar la sangre.
Ven con tu Dios, hermano
a la hora nuestra,
al oficio diario
de ofrendar la vida
en esta pobre tierra
que habitamos.
El poeta español León Felipe, fallecido en México en 1968, no conoció a Monseñor Romero; pero le calaba hondo el significado del término que daba apellido a nuestro santo. Por eso escribió:
“Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre
por caminos nuevos.
…
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero
…
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros”.
(Versos y oraciones
de caminante. Año 1929).
Nuestro santo recorrió su camino como buen romero, aun en medio del dolor y de la sangre, junto a su pueblo; así lo expresó el Papa Francisco en la homilía de la Misa de Canonización: “… dejó la seguridad del mundo, incluso su propia incolumidad, para entregar su vida según el Evangelio, cercano a los pobres y a su gente, con el corazón magnetizado por Jesús y sus hermanos.”
Romero, pues, viene de Roma; pero Roma también ha venido a él. No se olvide que en el año 1984, el ahora san Juan Pablo II, oró junto a su tumba en El Salvador.
En 1987 mientras estudiaba yo en Roma, coincidí en el Colegio Pio Latinoamericano con el buen amigo, P. Rafael Urrutia, de San Salvador, mientras éste daba de forma decidida los primeros pasos del proceso hacia la canonización de Monseñor Romero.
Había abundantes clamores de santidad entre la gente del pueblo; también había voces de eclesiásticos desenfocados. Ni siquiera faltaron espurios intereses ideológicos de uno u otro signo.
Pero ya el santo está en los altares y entronizado en incontables corazones. La Iglesia nos lo ha entregado para que sea intercesor y modelo.
¡San ROMERO de América y de todos!
¡Ruega por nosotros!
… [Trackback]
[…] Find More Information here on that Topic: caminord.com/romero-viene-de-roma/ […]
… [Trackback]
[…] Read More here to that Topic: caminord.com/romero-viene-de-roma/ […]
… [Trackback]
[…] Find More to that Topic: caminord.com/romero-viene-de-roma/ […]