En mis años de Seminario le oí a alguien, o en algún evento esta expresión: “San Romero de América’’, y hoy el fondo de esa expresión se hace realidad, no solo para el Continente Americano sino para todo el mundo, en la elevación a los altares de la Iglesia, de quien fuera “voz de los sin voz”, en un momento cruel y terrible de la historia del “Purgarcito de América”, el hermano pueblo del Salvador, de Mons. Oscar Arnulfo Romero, pastor de su pueblo y santo de la Iglesia universal.
Ha sido todo un caminar de Mons. Romero a los altares, lleno de muchas espinas, ya que para muchos la canonización suya sería un reconocimiento a todo un pensar y quehacer social y político que caracterizó a la Iglesia latinoamericana de los años 70 y 80, y sobre todo a la Teología de la Liberación. Pero lo de San Romero estaba más allá de todo eso, pues fue algo querido por Dios y la muestra es lo que hace el Papa Francisco hoy, proclamándolo santo.
Con su canonización se reconoce el quehacer pastoral de muchos Obispos y sacerdotes de América Latina, que no se contentaron con ser perros mudos ante los abusos a la dignidad humana que se dieron en aquellos años en el continente. Gente que tuvo una sensibilidad envidiable ante los pobres. Que encarnaron sus luchas y sus esperanzas, siendo capaces de darlo todo por ellos, incluso hasta su propia vida. Hoy, Romero resume todo eso y ante la presencia de Dios aquello no podía quedar desapercibido, y el Espíritu aleteó en el mundo y en la Iglesia para que tal ofrecimiento en nombre de Dios y de la justicia se reconociera.
Hoy, la Iglesia latinoamericana, festeja con alegría ese vivir propio de nosotros acerca de la fe. Hay una forma latinoamericana de ser cristiano, en la cual el hermano cuenta, sobre todo el hermano pobre y necesitado. Entre nosotros el creer en Dios pasa por ese tipo de hermano, si no, sentimos que traicionamos la fe en el Dios de Jesús.
Mons. Romero se inscribe entre los padres y propulsores de esta fe, algo que es posible en el aquí y ahora del Reino de Dios entre nosotros. Este reino se va haciendo, y es a través de tantos hombres y mujeres, que con la gracia de Dios, día a día van testimoniando su fe en obras de misericordia, y contribuyendo a la paz y la justicia en el mundo.
Desde ya, toda la Iglesia, y mi persona, nos encomendamos a la intersección de San Oscar Arnulfo Romero. Que él nos ayude a ser santos como él, que pida a Dios que nos dé el coraje que él tuvo para luchar por la paz y el respeto para el pueblo de Dios, un pueblo pobre y necesitado de muchas cosas, sobre todo de justicia, equidad y paz.
Lo que pedimos a Dios por intersección de San Romero de América es que en el hoy de la Iglesia latinoamericana, sus pastores tengan la valentía de ser verdaderos guías del pueblo de Dios. Que no haya en ellos tanta preocupación por lo institucional y funcional de la Iglesia, sino que ella sea profética, solidaria y luchadora por los intereses de Dios que recaen en los pobres y sus situaciones de vida, como en su momento lo hizo el mismo Romero.
Que el Señor envíe a su Iglesia más hombres santos como éste, del cual la Iglesia proclama y eleva sus virtudes cristianas y su respuesta al llamado a la santidad hoy. Que él sea estímulo para todos y que un día lleguemos junto a él a la presencia de nuestro Dios y Señor.
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