“Mientras ellos discutían por el camino sobre quién era el más importante, ahora el Maestro les hablará de ser últimos y servidores de todos”
El evangelista Marcos recoge tres anuncios de Jesús sobre su Pasión, Muerte y Resurrección. En la liturgia de este domingo se nos presenta el segundo de ellos. Los tres anuncios guardan una misma estructura: anuncio de lo que le sucederá, reacción de los discípulos y respuesta (enseñanza) de Jesús ante dicha reacción. La semana pasada leíamos cómo al primer anuncio siguió la reacción de Pedro queriendo interponerse en el camino del Maestro; la respuesta de Jesús fue una enseñanza sobre la necesidad de cargar la propia cruz para poder seguirle.
Hoy, mientras Jesús anuncia, por segunda vez, su Pasión y Muerte, los discípulos guardan un temeroso silencio y, en seguida tienen oportunidad, discuten quién es el más importante. Siempre he creído que éste sería uno de los momentos más decepcionantes del Maestro; mientras él habla de entregar la vida, sus discípulos discuten sobre quién de ellos es el más importante. Mientras la cruz se presenta como camino y meta de la vida de Jesús, los discípulos siguen pensando en la búsqueda de sí mismos. ¿En qué consiste la respuesta-enseñanza del Maestro ante la actitud de los discípulos? Detengámonos en ello.
Lo primero que llama la atención es que Jesús espera llegar a casa. Prefiere un lugar íntimo, donde se pueda hablar calmadamente, sin interrupciones. La casa aparece aquí como escuela del Maestro. No hay mejor lugar para transmitir formación humana y valores que la intimidad de la casa. La tranquilidad del hogar es clima favorable para la enseñanza. En un clima favorable las preguntas acuciantes provocan mayor impacto: “¿De qué discutían por el camino?”, pregunta el Maestro. Pregunta inesperada, tal vez. ¿Cuál sería la actitud con la que Jesús dirigió tal cuestionamiento? Me pregunto por el tono de su voz, su gesticulación, expresión facial. El Evangelio nos dice cuál fue la reacción de los discípulos: “Ellos no contestaron”. ¿Quedarían sorprendidos? ¿Se sentirían desnudados en sus intenciones? El Evangelio simplemente dice que “no entendían aquello”. Siempre quedará la duda de si realmente no entendían o no querían entender.
Otro detalle que resalta el Evangelio: “Jesús se sentó”. Estamos ante la postura típica del Maestro que enseña desde una cátedra. Jesús asume su rol de maestro para dar una enseñanza sobre la actitud que sus discípulos deben tomar en contraposición con el tema de la discusión. Mientras ellos discutían por el camino sobre quién era el más importante, ahora el Maestro les hablará de ser últimos y servidores de todos. Para ello se vale de un niño, a quien coloca de pie “en medio de ellos”. Los discípulos buscaban ser el centro, pero Jesús coloca allí a alguien pequeño. Una imagen poderosa que recoge toda la enseñanza del Maestro. El dominio y el poder no son cosas de niño; éste necesita ser cuidado, atendido, llevado y traído. Al poner en el centro a un niño, Jesús está proponiendo un nuevo estilo de vida. Más adelante dirá que el Reino de Dios pertenece a los que se hacen como niños.
Esta enseñanza de Jesús nos recuerda la necesidad de dejar atrás nuestro “personaje”, el cual buscamos revestir de todas las “prendas” que encontramos para luego hacernos pasar como los más aptos para la tarea. Eso provoca en las comunidades humanas, sean políticas o religiosas, las envidias y rivalidades que critica el Apóstol Santiago en la segunda lectura de la liturgia de este domingo. El apóstol se muestra duro con la comunidad a la que escribe: “Codician y no tienen; matan, arden en envidia y no alcanzan nada, se combaten y se hacen la guerra”. ¿No está todo esto presente en nuestros entornos?
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