Cuando el maestro es un niño

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Todos los lanzamientos, sea que se trate de artistas, productos o centros comerciales, se apoyan en el aparataje: cobertura de los medios, telas,  luces,  damas refulgentes y ensacados prominentes, entre los cuales circulan camareros equilibristas con sus bandejas y  brindis.

En el Evangelio de hoy (Marcos 9, 30 – 37) Jesús también va a lanzar un mensaje crucial. El Maestro Jesús pareciera recordar aquello de “el medio es el mensaje”. Acerca a un niño al grupo de discípulos, lo coloca en el centro, lo abraza y hace su lanzamiento: “el que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me aco­ge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”.

Jesús convierte a ese niño en nuestro maestro. No se trata de estar arriba, se trata de acoger al que no cuenta y necesita ayuda. Jesús señala al niño como signo de lo gratuito, la espontaneidad, la vida y  Dios mismo.

La alegría gratuita de los niños desenmascara nuestro afán de reconocimiento, que cada día nos recluta para combatir en las mil y una batallas de la guerra más cruel; la guerra por establecer “¿quién es el más importante?” ¡Hasta los hombres que caminaron junto a Jesús cayeron en esa trampa!

No es casualidad, que el siglo XX sea al mismo tiempo, el siglo con más culto a la personalidad de líderes “importantes” y el siglo con más muertes violentas.

Desde hace años, la suerte de las mayorías pareciera estar estancada. Santiago (3, 16 – 4,3) ofrece este análisis: los que pudiera resolver, “arden en envidia y no alcanzan nada”.

En nuestra sociedad, nos pierde y atrasa el pugilato por ver quién es el más importante.

Jesús ha hecho del niño ­nuestro maestro. ¡A la escuela, que ya es hora!

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