Basta de líderes mesiánicos

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A lo largo de la historia del país hemos venido sufriendo de lo que muchos llaman el “mesianismo po­lí­tico”, personajes que en un mo­mento de nuestra historia han tenido una participación muy importante o han desempeñado un cargo público de cierta envergadura o han sido presidentes del país y ya se creen o muchos creen que tal persona es in­dispensable y que fuera de ella nadie más puede ocupar dicha posición, y en el peor de los casos se dicen, y otros dicen, que han sido destinados por la historia, algunos dicen hasta por Dios, para realizar tal papel.

Esa es una gran pobreza, engendradora de otras pobrezas, que venimos arrastrando desde siglos, que ha impedido el verdadero desarrollo de nuestra nación, pues se ha frenado la institucionalidad social y política que es la verdadera base para que un pueblo salga hacia delante por encima de individuos y circunstancias. Esto es tan fuerte que hasta repercute en otras instancias del país. In­cluso hasta en pequeños grupos e instituciones de bienestar, hasta en grupos de Iglesia donde aparece gente con años y años realizando la misma labor de dirigencia, pues creen que nadie más fuera de ellos pueden desempeñar ese rol. La grandeza de un liderazgo es poder fomentar otros líderes y darles paso, pasar de una generación a otra o de un momento histórico a otro.

Creo que una razón para recha­zar al final a un líder, es cuando este no ha sido capaz de dar paso a otros o de fomentar en su organización, en el momento que les corresponde a otras personas. Todos somos necesarios, pero nadie es imprescindible, nadie es un destinado por el universo para preservarse por siempre en el poder. Siempre es bueno e importante el relevo, pues otro tendrá otras visiones, no las mismas de siempre. Sabrá ver nuevos horizon­tes, no el mismo panorama. Tendrá mejores oportunidades

para asumir nuevos retos. Caminará en sintonía con las nuevas generaciones y así llevar el barco de la nación, grupo u organización a surcar nuevas aguas y saber enfrentar nuevas tormentas.

Siempre es digno de alabar el líder que en su momento reconoce que su tiempo de servicio terminó. Eh ahí la grandeza de un dirigente, como también se deja ver la pobreza de un líder cuando se empecina en seguir en su posición y en servirle de retranca a otros que quieren abrirse paso o a los nuevos liderazgos nacientes.

El mesianismo político debe de­saparecer de nuestra so­ciedad domi­nicana, si queremos en verdad tener una patria donde la ins­titucionalidad esté por encima de personas, indivi­duos o grupos, y se quiera hacer pre­valecer el servicio independientemente de quien sea o quien esté.

Muchas veces el miedo de la gente a lo nuevo los traiciona, pero si hay institucionalidad no hay que temer a los nuevos líderes, pero en la medida en que haya alternabilidad en el liderazgo, la instituciona­lidad se irá fortaleciendo, si no será todo lo contrario.

Pero el peor mal que acarrea el mesianismo político, es la ambición de poder. Gente que quiere perpe­tuarse en su puesto o que añora las mieles del poder. Como lobos con piel de ovejas, se disfrazan ante la nación con deseos de servir y presentan su curriculum y dizque de­seos de servir de nuevo a la nación, pero ya deberían estar sentados o recibiendo el juicio valorativo del pueblo a través del rechazo ante sus pretensiones mesiánicas, y abrién­dole las puertas a los nuevos lide­razgos que valientemente se lanzan en búsqueda de lo mejor para el país.

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