A propósito de vicisitudes cardenalicias

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  1. UNA RENUNCIA SIN PRECEDENTES

 

Desde que, en el 1927, el padre jesuita Louis Billot renunciara al cardenalato, creo que en la historia re­ciente de la Iglesia no habíamos asistido a tantos episodios –y en tan breve tiempo– que vieran involucrados a cardenales, o sea, a los que tienen la obliga­ción (deber) y el derecho de participar en el Cónclave para la elección de un nuevo Ro­mano Pontífice, así como la responsabilidad de asistirlo directamente de manera individual o colegial.

Estos son los dos principales deberes (y derechos) que el Có­digo de derecho canó­nico del 1983 asigna directamente a los cardenales de la Santa Iglesia Romana. Hay, por supuesto, más res­ponsabilidades, pero derivan fundamentalmente de las que brevemente señala el canon 349.

El padre Billot, je­suita francés, fue creado cardenal en el 1911 (65 años), por el papa Pío X, y le asignó la diaco­nía de Santa Ma­ría en Vía Lata. No fue ordenado obispo, pues no era todavía obligatorio o de norma que quien fuera creado cardenal debía –si no lo era– re­cibir la ordena­ción episcopal.

Será el papa Juan XXIII quien el 15 abril 1962, con el Motu proprio Cum gravissima, decidirá que los cardenales «sean elevados a la dignidad episcopal». Esta ley eclesiástica, de derecho positivo (no di­vino), admite excepciones mediante una dis­pensa pontificia.

En una reseña perio­dística del reciente y úl­timo Consistorio (24 noviembre), en el cual el papa Francisco creó 13 cardenales, entre ellos al padre Rainiero Cantalamesa, por cua­renta años predicador de la Casa Pontificia, al referirse a éste, se afir­maba como hecho his­tórico (¡por primera vez!) que un cardenal «decidiera» no hacerse ordenar obispo y permanecer simplemente sacerdote. Nada más alejado de la realidad. Aquí bastaría mencio­nar, por ejemplo, al teólogo Avery Dulles (80 años, 2001), al bi­blista Albert Vanhoye (83 años, 2006) y al ca­nonista Urbano Na­va­rrete (87 años, 2007).

Tienen todos en co­mún que: fueron sa­cerdotes, jesuitas, des­tacados académicos, creados cardenales por encima de los 80 años, permanecieron siendo solo sacerdotes y nunca participaron en un Cónclave.

La renuncia del pa­dre Billot, entonces con 81 años, se debió a incomprensiones con el papa Pío XI. Algún autor bien ha definido esto como «un dramático e insanable conflicto teológico-político».

El Papa de entonces había condenado, en 1926, la Action Fran­çaise, movimiento por el cual el cardenal Billot sentía simpatía. Esta desavenencia lle­vó a que «el cardenal que había puesto en San Pedro la tiara sobre la cabeza del neo-electo pontífice Pío XI, el 12 de febrero de 1922 (fue justamente Louis Billot quien lo hizo) ponía ahora en manos del mismo Pontífice la púrpura y el capello, volviendo al estado de simple religioso» (Fi­lippo Rizzi). Billot ha sido el único eclesiástico, del siglo pasado, que dejó de ser cardenal por decisión propia.

 

  1. En el umbral del Nuevo Milenio

Las vicisitudes que han visto, en este nue­vo milenio, a purpurados en situaciones ini­maginables son inauditas y sorprendentes. Múltiples los casos, así como las causas.

 

2.1 Austria

Casi en el umbral del Nuevo Milenio, ha­bría que señalar al cardenal Hans Hermann Groër, arzobispo de Viena (1986-1995), en Austria, que en septiembre del 1995, por denuncias de abusos sexuales a menores, re­nunció al gobierno pastoral.

El 14 abril de 1998 recibió «en nombre del Santo Padre (Juan Pa­blo II) la petición de re­nunciar a todos los de­beres y privilegios eclesiásticos». Falleció en el 2003. Su sucesor, el cardenal Christoph Schönborn, se ha refe­rido muchas veces al (mal) manejo que la Santa Sede dio a este caso, llegando a res­ponsabilizar directamente de encubrimiento a otros cardenales de la Curia Romana.

 

2.2 Estados Unidos (Boston)

Siempre en la línea abierta por denuncias de abusos o comporta­mientos indebidos, el siguiente caso es Ber­nard Francis Law, in­fluyente cardenal nor­teamericano, nombrado obispo de Spring­field (1973), después de casi veinte años al frente de la arquidiócesis de Boston (1984-2002), creado cardenal en el 1985, por Juan Pablo II, vio su ministerio episcopal concluirse en Roma, como arcipreste de la Basí­lica Santa María La Mayor, por su mal ma­nejo de los casos de abusos a menores de­nunciados en su diócesis. Falleció en el 2017.

 

2.3 Eslovenia

Este caso, que co­men­zó con gran difu­sión mediática en Eslo­venia, ve envuelto al cardenal Franc Rodé, en el 2012. Después de muchos años de prepa­ración académica fuera de su tierra natal y de casi dos décadas en la Curia Romana, regresa designado Arzobispo de Ljubljana (1997).

Nombrado prefecto de la Congregación pa­ra la Vida Consagrada y las Sociedades de Vi­da Apostólica (2004), fue creado cardenal en el 2006. Fue acusado, por una «investiga­ción» de un importante diario de su país, de una supuesta paterni­dad, –siendo joven sa­cerdote y profesor de teología–, de un hombre de 42 años, llamado Peter Stelzer.

 

El cardenal Rodé accedió, para despejar toda duda, a hacerse la prueba de paternidad (ADN) y los resultaron desmintieron al diario y al que afirmaba ser «hijo del cardenal». El cardenal Rodé en todo momento negó las acusaciones. Posteriormente se ha dicho que «todo se trataba de una serie de calumnias y difamaciones, quizás con algunas implicaciones políticas».

Como muchos recordarán que en el pasado reciente (2018) una campaña sucia similar, y de poca monta, de una supuesta paternidad, quiso armarse en el país contra el cardenal López Rodríguez. Con mucho esfuerzo y con el apoyo de personas leales -y que de verdad conocen la valía de nuestro cardenal- pudo desmontarse en poco tiempo la misma que carecía, a todas luces, de fundamento y que no tuvo mayor trascendencia ni cobertura, al saberse que estaba montada en una mentira y con la finalidad de hacerle daño. Oscuros y foráneos intereses apadrinaron tal adefesio. Un artículo entero podría dedicarse a este caso local.

 

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