I – Introducción
2. Durante todo el año 2021 estuvimos contemplando su vida para tratar de aprender más de él. Al concluir ese año, no hemos querido dejar pasar este tiempo de gracia sin poner en las manos de ustedes, a través de nuestra tradicional Carta Pastoral con motivo de la Solemnidad de Nuestra Señora de la Altagracia, nuestra reflexión a propósito del “hombre justo y fiel”, hombre humilde que, desde el silencio, tanto tiene que enseñar a la humanidad. El pueblo cristiano le profesa gran devoción: llevan su nombre distintas comunidades, lugares y templos, y diversas corrientes de espiritualidad inspiradas en él han surgido en la Iglesia. Las declaraciones del Magisterio al respecto no dejan duda de este acendrado amor de los fieles cristianos. Pues, “San José, el silencioso maestro, fascina, atrae y enseña, no con palabras sino con el resplandeciente testimonio de sus virtudes y de su firme sencillez”[1].
II-Una mirada al acontecer general.
3. Mientras avanza el tercer milenio, la humanidad se encuentra ante un cambio de época sin precedentes, “un cambio de la misma idea del hombre, que, como todos los grandes cambios de la humanidad, lleva desarrollándose siglos”[2]. Cuando el Papa san Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II en su Constitución Apostólica Humanae salutis, hizo un diagnóstico profético de la crisis por la que iba a pasar la humanidad y de la misión de la Iglesia: “Un orden nuevo se está gestando, y la Iglesia tiene ante sí misiones inmensas, como en las épocas más trágicas de la historia. Porque lo que se exige hoy de la Iglesia es que infunda en las venas de la humanidad actual la virtud perenne, vital y divina del Evangelio”[3]. Sus sucesores han confirmado que estamos ante una nueva era que requiere de la Iglesia una respuesta apropiada, una nueva evangelización que debe ser “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”[4].
4. Estos últimos años han sido marcados por una terrible pandemia que ha paralizado a gran parte de la humanidad y sacudido los cimientos de nuestra civilización. Nunca en la historia reciente había sucedido un fenómeno de tal envergadura. Sin embargo, esta pandemia, que ha polarizado tanto nuestra atención y que ha sido objeto de duros y prolongados debates en los medios de comunicación, no es algo que afecte al ser humano en su esencia, sino que, a la luz de la fe, tan sólo lo toca tangencialmente. El verdadero drama de nuestro siglo es el vacío de Dios en el alma de tantos pueblos y la verdadera pandemia que nos aqueja es la anemia espiritual: el hombre de hoy “se muere por falta de conocimiento de Dios” (Os 4,6). De ahí la importancia del “siervo fiel y prudente” (cf. Mt 24,45-47)) que edifica su casa sobre la Roca, que es Cristo (cf. Mt 7,24-25; 1Cor 10,4).
Ese vacío de Dios en el alma de tantos pueblos se hace palpable en por lo menos cuatro pandemias que le amenazan constantemente. Se trata de una lucha sin igual que se desarrolla en el corazón de las personas y en el alma de los pueblos. Estas pandemias son, entre otras: la mentira, la violencia, el afán de dinero y la sensualidad o hedonismo.
5. Pandemia de la mentira, es la primera que irrumpe, la más peligrosa. Se hace pasar como portadora de la verdad y de la luz (Luzbel). Se presentó en los inicios, delante de nuestros primeros padres y hoy lo hace ante todos los pueblos. Habla como Dios, pero no es dios. Este enemigo, utilizando a veces algunos medios de comunicación, bombardea nuestros hogares presentando normas, costumbres y modelos de vida contrarios a la Revelación. Nuestros niños y jóvenes muchas veces son víctimas de agentes que difunden falsas doctrinas y una sabiduría enemiga de la Cruz de Cristo.
6. El Hijo de Dios estuvo en la escuela de su padre José. A su sombra creció el niño Jesús “en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2,52). Lo mismo que hizo José con Jesús, lo hará con nosotros: él nos enseñará a transmitir la fe cristiana fielmente a las siguientes generaciones.
7. La pandemia de la violencia, su misión consiste en hacer que los hombres se maten unos a otros indiscriminadamente. Desafortunadamente, a diario, en algún lugar del planeta, se derrama sangre inocente. El ser humano, nacido para amar y vivir en paz, ha estado inmerso en el odio, en el terror y en la violencia. Hay una fuerza dentro de él que le lleva a hacer aquello que no quiere (cf. Rm 7,14-25): la destrucción del otro, que es su hermano. Este espíritu de violencia, lamentablemente parece que se ha ido adueñando de algunos pueblos.
8. Contemplamos, no sólo las guerras declaradas entre naciones, sino que existen otros conflictos internos y delitos ocultos que a veces son peores que los visibles. La niñez sufre los maltratos, burlas y acosos entre alumnos (bullying); hay vandalismos, peleas callejeras, trata de personas, terrorismo, armamentismo… El listado no acabaría nunca. La violencia se esparce y recorre la tierra en su altura, anchura, longitud y profundidad penetrando en los rincones más íntimos del ser humano. “Homo homini lupus”, “el hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes)[5]. Pretende o quiere enseñorearse de nuestros hogares y corazones. Necesitamos alguien de corazón pacífico que proteja nuestras familias y custodie nuestras almas. Nadie mejor que José de Nazaret.
9. Sólo Dios ama a todos los hombres. Este amor se hizo visible en la tierra a través de un Padre que tuvo como misión principal enseñar a su Hijo “a salvar a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21), misión que alcanza su plenitud en el día de su pasión y muerte en la Cruz. Allí Jesús entregó su vida por sus enemigos e intercedió ante su Padre con gemidos inenarrables para que perdonara nuestros pecados.
Con esta forma de amar, Cristo derrotó la violencia que arremetió con toda su artillería contra él. No se resistió; “como cordero fue llevado al matadero y como oveja ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca” (Is 53,7). La violencia sufrida en su carne no suscitó un solo lamento de su boca, por eso su sacrificio fue perfecto: transformó el odio en amor mediante la acción del Espíritu Santo. El Cordero manso, hijo de un hombre Justo (José), abrió las puertas de la salvación con su perdón gratuito. Desde entonces al mal se vence con el bien.
10. Pandemia delafán de dinero, símbolo del comercio que rige la vida de los pueblos. Como trasfondo está la idolatría del dinero que se alza como alternativa al Dios único. Los ilusos piensan que quien más bienes consiga, más asegurada tiene la supervivencia en este mundo. La vida humana se convierte para ellos en un inmenso mercado donde cada uno intenta, compitiendo, atesorar el máximo de riquezas. “El amor al dinero es la raíz de toda clase de males” (1Tm 6,10). Se trata de la adoración del becerro de oro, el señor de este mundo al que gran parte de Israel adoró en el desierto y al que hoy se rinde culto y pleitesía en los nuevos santuarios de la modernidad.
11. En una situación de precariedad, la respuesta no está en el dinero, sino en el Dios providente que sabe cuidar de sus criaturas. La unidad familiar, a imagen de la Trinidad, no debería romperse bajo ningún concepto. Padre, madre e hijos participan del mismo destino. José, María y el niño, perseguidos por Herodes partieron juntos al destierro y experimentaron la mano providente de Dios. El creyente no se angustia, como los paganos, ni se desespera por su vida, qué va a comer o con qué se va a vestir (cf. Mt 6,26). Dios nunca abandona a sus hijos e hijas, sino que provee día a día los medios necesarios para que lleven una vida digna.
12. Pandemia de la sensualidad o hedonismo que arrastra a gran parte de la humanidad a los falsos paraísos terrenales (del alcohol, drogas, sexo, dinero fácil…), que en vez de felicidad producen mucho dolor y esclavitud. Abundan cantidad de doctrinas reduccionistas que aseveran que el hombre es solo materia. Negando la existencia del alma, sólo queda en su horizonte la burda satisfacción de los apetitos carnales. Según ellas, no existen normas externas por las que uno deba regirse, sino que la moral es autónoma y cada uno la define según le convenga. La persona que vive una sexualidad desordenada entristece al Espíritu Santo y se convierte en un ciego sin discernimiento, incapaz de descubrir los designios secretos del Dios de la historia. El hedonismo es sucio e inmisericorde, al final todo acaba en podredumbre y hastío.
II – Una mirada retrospectiva a la luz de la fe.
13. Al hacer “una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabia transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia”[6].
14. Dos mil años antes de Cristo, las Sagradas Escrituras nos presentan situaciones críticas y fenómenos semejantes a los que ahora nos toca vivir. Por ejemplo, en Egipto, durante el Imperio Medio, tras la invasión de los hicsos, sucedió una gran hambruna que durante siete (7) años asoló también a todos los países. En palabras del libro sagrado “el hambre cundía por toda la faz de la tierra” (Gn 41,57).La Providencia de Dios suscitó un hombre que con “el Espíritu de Dios” (41,38) dirigió los destinos de Egipto y dispuso el remedio oportuno para salvar a la humanidad del exterminio proveyéndola abundantemente de trigo. Su nombre era José, hijo del patriarca Jacob.
15. De la misma manera, frente a esta pandemia espiritual que nos aflige, recurrir al nuevo José, del cual el primero es una leve imagen, es una solución puesta por la Divina Providencia en el tercer milenio, porque él es el que ha provisto en Belén (Beth lejem = casa del pan) y entregado a la humanidad “el Pan que baja del cielo” (Cf. Jn 6,32-35), el único que sacia profundamente el hambre de los pobres. Cristo es la verdadera solución a este flagelo espiritual que azota a la humanidad.
16. Por eso, el Papa Francisco resalta la figura de José de Nazaret, el hombre providencial que colaborócon su esposa María para que llegasen a buen término los planes redentores de Dios. Su generosidad y entrega superan con creces la de todos sus antecesores. Su presencia y protección se hacen ahora más necesarias que nunca. Él, que fue padre de Jesús, esposo de María, trabajador infatigable y custodio de la Sagrada Familia, continúa siendo el protector fiel de la Iglesia, de la familia cristiana y un modelo de vida para solteros y casados. Hoy, más que nunca, se necesita la fe de los creyentes, testigos de la verdad.
17. Desde la antigüedad los esposos cristianos se han preocupado de la transmisión de la fe a los hijos desde que son niños (cf. 2Tim 3,14-15). Los padres son los primeros evangelizadores de sus hijos, y por eso san Pablo VI nos dice: “Es imposible dejar de subrayar la acción evangelizadora de la familia, que, al igual que la Iglesia, debe ser unespacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia”[7]. Lo que no se enseña en la casa es muy difícil, aunque no imposible, que se aprenda fuera. Pero hay que decir con preocupación, que nuestro país vive bajo la influencia de una sociedad neopagana, marcada por la cultura de la muerte[8], que tiene como objetivo la destrucción de la familia.
III – José de Nazaret en las Sagradas Escrituras.
18. Fijar nuestra mirada y retomar la figura de san José es trascendental. Es poco lo que en las Escrituras y en Iglesia Primitiva se dice de él. El hecho de que los evangelistas no reseñen ninguna de sus palabras, no significa que desempeñe un papel secundario en la obra de la Salvación. Ciertamente que los libros sagrados no conservan ninguna de sus palabras; sólo algunos datos esporádicos en los relatos de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2): apenas unos 26 versículos hacen referencia directa a su persona, nombrándolo:
- Es descendiente de la casa de David (Mt 1,16; Lc 1,27).
- Esposo de María (Mt 1,18-22).
- Es llamado por tres evangelistas padre de Jesús (Mt 13,55; Lc 3,23; 2,48; Jn 1,45; Jn 6,42).
- Ejerce la profesión de tekton: una mezcla entre artesano-carpintero-constructor (Mt 13,55; Mc 6,3).
- Se queda impresionado frente al misterio ya intuido de la Encarnación del Verbo (Mt 1,19).
- Se dirige a Belén con su mujer con motivo del censo de César Augusto (Lc 2,41).
- A los cuarenta días del nacimiento acude con María al Templo a presentar a su hijo unigénito (Lc 2,22-29).
- Se refugia en Egipto para salvar la vida de su hijo de las manos de Herodes que buscaba matarle (Mt 2,13-18).
- Unos años después regresa a Nazaret, siguiendo las instrucciones del ángel (Mt 2,19-21); el niño regreso con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. (Lc 2,51).
- Peregrina de nuevo a Jerusalén con motivo de la Pascua y encuentra a su hijo de doce años en medio de los doctores (Lc 2,41-50).
- Cuatro son los títulos con los que se le denomina: ‘Hijo de David’, ‘Justo’, ‘Padre de Jesús’, ‘Esposo de María’.
- Tenía su residencia en Nazaret (Lc 1,26; 2,51), si bien era oriundo de Belén (Mt 2,4).
19. A san José se le ha llamado el hombre del silencio. “Si la historia del Bautista, precursor del Mesías, se sintetiza como la voz del que clama en el desierto, la historia de José se podría sintetizar como “el silencio que clama en el mundo”. El Bautista era la voz y Cristo la Palabra. José es el silencio que acoge la Palabra”[9]. Aunque parezca extraño, es el Antiguo Testamento el que pudiera ayudarnos a definir mejor la rica personalidad de san José.
20. El Antiguo Testamento (AT) es figura y preparación del Nuevo. Como afirma el Concilio Vaticano II, “Dios, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan sabiamente que el Nuevo Testamento (NT) está latente en el Antiguo, y el Antiguo está patente en el Nuevo”[10]. Los principales protagonistas de nuestra fe se encuentran prefigurados a lo largo de las diversas etapas de la historia del pueblo elegido.
21. Encontramos que existe una analogía muy estrecha entre el padre de Jesús y José de Egipto. Es la figura más comentada por los biógrafos del santo, los Padres de la Iglesia y el Magisterio de la Iglesia. El análisis comparativo de ellos revela una serie de correspondencias. Las similitudes que ofrecen tienen la finalidad de presentar al padre de Jesús como un nuevo José, siervo de Dios.
22. Entre las correspondencias existentes destacamos las siguientes[11]: a) sus respectivos padres de llaman Jacob; b) Los dos eran justos; c) Los dos eran hombres de fe; d) Los dos fueron bienaventurados; y e) Los dos están llenos de Sabiduría.
IV-Reflexión final.
23. En el contexto de la celebración de los cien años de la coronación de la Virgen de la Altagracia, hemos querido destacar en esta carta Pastoral la figura de San José, esposo de la Virgen, Padre de Jesús y modelo de hombre obediente y fiel al plan de Dios. En este tiempo especial que nos está tocando vivir, dirigir nuestra mirada hacia san José nos alienta y conforta. En él encontramos el aliciente que nos impulsa y sostiene en nuestras luchas cotidianas. Nadie como él supo atravesar momentos difíciles: el incomprensible embarazo de su prometida (cf Mt 1, 18-19).
24. San José es modelo de respeto hacia su esposa, la protegió, cuidó de ella y del hijo, y le acompañó afanoso en la búsqueda del niño perdido. ¡Qué grande ejemplo en este hombre de Dios! Al respecto dice el Santo Padre Francisco: “José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio”[12].
25. José tenía con su mujer un solo corazón y una sola alma; él es la imagen visible del justo por excelencia donde jamás habitó el rencor ni la maldad. Al ser llamado por el ángel Gabriel “hijo de David” (Mt 1,20), se le puede aplicar los dones preanunciados por el profeta Isaías: “Reposará sobre él el espíritu de Yahvé, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Dios” (Is 11,2). A cada patriarca, profeta, apóstol o sabio, Dios le otorga las virtudes necesarias para su misión. A san José de Nazaret se las concedió todas.
26. Los Evangelios nos proporcionan los datos necesarios a los fines de hacernos una idea acabada de la persona de san José. De esta forma podemos imitarle en sus virtudes de fe, confianza, amor, entrega, sacrificio, ternura y docilidad. Desposado con María de Nazaret, perteneció a la descendencia de David, de donde nacería el futuro Mesías. Hombre humilde y sencillo, fue un varón de virtudes al que podemos imitar en fe, confianza, amor, entrega, sacrificio, ternura, docilidad y trabajo.
27. Como bien nos recordaba el Papa Francisco: “En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar. El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión”[13].
28. San José es el hombre para nuestro tiempo. Él fue el espejo terrestre donde se miró el Hijo de Dios y ha sido un modelo de fe adulta para toda la Iglesia. Su castidad, vivida como un don del cielo, fue en la aurora del Nuevo Testamento una puerta precisa y providencial para la Redención. Hoy día, su presencia y su testimonio se hacen más necesarios que nunca con vistas a salvar la civilización cristiana, amenazada seriamente por la cultura de la muerte. Dirigir a él nuestra mirada e invocar su protección y amparo, es reconocer las maravillas de Dios en este su siervo. Gran santo de la Iglesia, a través del cual Dios sigue actuando en favor nuestro.
29. Es, pues, obra de justicia que su alabanza resuene como un memorial perpetuo en toda la Iglesia y en todo nuestro pueblo dominicano. Nos regocijamos con los padres y madres de familia, y también con los hijos e hijas que, en nuestro país y en el mundo, son auténtico reflejo de la Sagrada Familia de Nazaret.
El Papa San Pablo VI elevó a San José́ [14] la siguiente oración:
Oh, san José́,
patrón de la Iglesia,
tú que junto con el Verbo encarnado
trabajaste cada día para ganarte el pan,
encontrando en Él la fuerza de vivir y trabajar;
tú que has sentido la inquietud del mañana,
la amargura de la pobreza, la precariedad del trabajo;
tú que muestras hoy el ejemplo de tu figura,
humilde delante de los hombres,
pero grandísima delante de Dios,
protege a los trabajadores en su dura existencia diaria,
defiéndelos del desaliento,
de la revuelta negadora,
como de la tentación del hedonismo;
y custodia la paz del mundo,
esa paz que es la única que puede garantizar el desarrollo de los pueblos. Amén.
[1] Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (CELAM), Aparecida, Brasil, 2007, 274.
[2] Intervención de Mons. Fisichella en el congreso celebrado en la Universidad Francisco de Vitoria con los responsables de las principales universidades de España.
[3] Cf. San Juan XXIII, Constitución Apostólica Humanae salutis, (25 de diciembre del 1961) 3.
[4] San Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea del Celam, Port-au-Prince (Haití), 9 de marzo de 1983.
[5] Thomas Hobbes (1588-1679) fue un destacado filósofo inglés que influyó notablemente en la filosofía política de la época moderna.
[6] Francisco, Carta Apostólica Patris corde (8 de diciembre de 2020), 5.
[7] San Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 71.
[8] San Juan Pablo II, Encíclica Evangelium vitae (25 de marzo de 1995), 4.
[9] Cf. Pedro Beteta, San José, modelo del cristiano (Madrid 2021), 19.
[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Sobre la Divina Revelación Dei Verbum, 16.
[11] Cf. Alonso Gómez Fernández, Tras las huellas de José (Santo Domingo 2008) 45-83.
[12] Francisco, Carta Apostólica Patris corde (8 de diciembre de 2020), 4.
[13] Ídem, 6
[14] San Pablo VI, Homilía durante Consistorio Basílica Vaticana (1 de mayo de 1969).
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