Cuando llegamos a Paso Bajito, Jarabacoa, estaba emocionada por ver otro lado del país, otro ambiente de naturaleza, belleza y, lo más importante, para conocer y compartir con la gente de allí, que es lo más preciado de esta experiencia, estudiando fuera de mi país. Yo no pensé que iba a cambiar mi manera de pensar: solo iba a ser un tiempo para observar, compartir con la gente y ya; regresar a lo normal y continuar con nuestras vidas. Mis suposiciones eran incorrectas. La gente del campo fue increíble y me enseñó mucho: lecciones de la vida que no se pueden aprender en un libro de texto. Es increíble que nosotros podíamos sumergirnos en sus vidas, compartir con ellos, vivir en sus hogares, comer su comida, trabajar lado a lado, tener conversaciones significativas y, especialmente, hacer un vínculo con ellos.
La familia es la base de un pueblo y es la estructura más importante porque dicta el éxito de la comunidad en su conjunto. En mi casa, vivieron tres generaciones: la abuelita, la mamá y la nieta. Es algo muy bonito porque se pueden ver cada día y compartir sus experiencias. En contraste, yo no puedo ver mi familia extendida con mucha frecuencia porque viven en otro hogar, muy lejos: así es la cultura gringa. Por otro lado, la hospitalidad fue increíble porque me trataron como si fuera su familia, preparándome comida especial, lavando mi ropa y, simplemente, haciendo todo lo posible para que me sintiera cómoda.
El acueducto que construimos fue todo hecho a mano, por lo que fue mucho más difícil y largo. Claro que hubo momentos donde me cansé, estaba empapada de lluvia o inquieta porque tenía muchas picaduras de hormigas, pero me enseñaron que el trabajo se hace sin quejas, con sudor y con amor.
La comunidad nunca había tenido agua corriente en sus casas.
En conclusión, el campo era la definición de la vida simple: hay mucho más que las riquezas y cosas materiales; lo que les importa es la familia, el amor, la ética de trabajo sin ganancias, hospitalidad, compasión, y sinceridad.
Un momento especial, para mí, fue cuando regresé a la casa donde me alojaba y mi mamá me dijo: “¡Ay!, qué sucios están tus zapatos. Déjame limpiarlos”. Ella los agarró y los limpió a mano: eso me tocó el corazón porque solo eran zapatos de trabajo y no me importaba si estaban sucios, pero a ella le importó mucho. Los zapatos sucios fueron una metáfora de esta experiencia porque yo fui como un zapato sucio. Caminé en la cultura estadounidense que, frecuentemente, es egoísta, apartada y no interesada en las necesidades de los otros: se hacen los locos. El campo me limpió.
La autora es estudiante del programa Encuentro Dominicano, Creighton University (ILAC).