Reynaldo R. Espinal • rr.espinal@ce.pucmm.edu.do

En días recientes, a cierta prensa sensacionalista italia­na, poco le ha faltado para mandar al paredón al carismático obispo de la Diócesis de Sicilia, Monseñor Staliag­no, publicando  fuera de contexto y mutiladas, lo que pe­nosamente ocurre tantas veces en nuestro tiempo, unas controvertidas declaraciones suyas relacionadas con los niños y  Santa Claus.

Pocos, sin embargo, se hi­cieron eco del verdadero trasfondo, subyacente a las decla­raciones de Monseñor Staliag­no,  las que  el mismo tuvo que recordar a la prensa ante el impenitente asedio mediático a que ha sido sometido. 

¿Qué fue, en esencia, lo que quiso importantizar Mon­señor y que pasó como algo marginal, cuando debió ser, el verdadero titular; materia esencial de una primera plana?:

“…que la Navidad ya no pertenece a la cultura cristiana…sino a una cultura consumista de comer, beber, vestirse…ahora la Navidad es un cumpleaños sin el cum­pleañero. Ya no nos pertenece, porque sus palabras, sus símbolos y sus acciones han sido absorbidos por el agujero ne­gro del consumismo.  Y se cuestionaba: ¿Y los pastores no vamos a decir nada?”. 

Estas palabras, aparentemente duras de Monseñor, y que es preciso ubicar, desde luego, en el contexto complejo en que se debate hoy una Europa descristianizada, y,   por tanto,  fuera de su eje, ¿ No constituyen un llamado de atención para centrar nuestra mirada en el verdadero y esencial sentido de la Natividad del Señor; acontecimiento capital de nuestra historia?. 

Justamente, y en el espíritu de lo antes comentado, en estos días tan propicios para ello, he vuelto a releer un hermoso artículo de ese gran sacerdote, escritor  y poeta español, José Luis Martín Descalzo, titulado “El gran silencio”, alusivo a la Natividad del Señor. 

Inicia el mismo evocando, con trazos sublimes, el singular momento en que junto a varios compañeros sacerdotes, tuvo la singular fortuna  de concelebrar la misa junto a  San Juan Pablo II, en su capilla privada.  Y destacaba, muy especialmente, “ el silencio de sus gestos, el mismo silencio que rodeaba sus palabras…aquel rostro concentrado dentro de sí mismo”. 

Y a la luz de aquella singular experiencia de fe, se transportó el autor al más grande silencio de la historia: al día de la Natividad del Señor, imaginando que el “momento exacto en que nació Cristo, todas las cosas, el mundo entero, contuvo el aliento y se hizo en todo el universo ese “gran silencio”  que ya nunca se ha repetido jamás. 

De ahí que confesaba, el resultarle “imposible entender la historia del Belén como una página más, como una anécdota ocurrida en un rincón cualquiera de los tiempos. Fue, tuvo que ser, un giro cósmico, una especie de segunda creación. Una hora en que la naturaleza se sintió implicada”.

Y se preguntaba: ¿O es que podría Dios hacerse hombre sin que se detuvieran de asombro las estrellas, se callaran absortos los animales, vivieran un misterioso temblor las flores y las cosas todas?. En Belén se cree o no se cree. Pero ¿Cómo creer sin temblores? ¿Cómo no sentir que el alma se deshuesa, que todo gira, si “ aquello fue verdad

¿ O es que podría decirse, se preguntaba,  “ Dios se ha hecho hombre, ha tomado la misma carne que nosotros y, a continuación , encender un cigarrillo y seguir viviendo como si nada hubiera ocurrido”. 

¿No  es acaso la Navidad,  como hermosamente pensaba José Luis, “un dramático, espeso y milagroso silencio, tras el cual la condición humana había dejado de ser lo que era, y hasta el mismo concepto que el hombre podría tener de Dios era diverso”? 

Esa era y es, en el fondo, la honda preocupación de Monseñor Staliagno. Y es que, como señalara Martin Descalzo, el hombre moderno, para no tener que tomar en  serio al Dios hecho niño, “ha llenado su vida de ruidos” en un  afán indetenible por preferir las cosas que aturden. De suerte que” todo se ha llenado de estrépito y nada se tema más que la soledad silenciosa. Y sólo en ella nace Dios y se le encuentra”.

4 COMENTARIOS