Pautas para una comunicación efectiva en la pareja y en la familia

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PRIMERA PARTE

 

Muchos son los factores que inciden para que una relación de pareja y familiar sea estable, funcional y productiva, pero no cabe duda de que desarrollar habilidades de comunica­ción efectiva constituye un elemento esencial para que esto pueda asegurarse.

No todas las parejas llegan al ma­trimonio dotadas de habilidades básicas en materia de comunicación efectiva lo cual no significa que las mismas no puedan adquirirse si se hace un esfuerzo en tal sentido, para lo cual es necesario también que en las actividades formativas de los grupos pastorales y, muy especialmente, en los que se dedican con especial atención a trabajar por las parejas y las familias, este tema sea debidamente atendido.

Sin que muchas veces seamos conscientes de ello, los seres huma­nos incurrimos en errores al momento de comunicarnos, lo cual se pone muy especialmente de manifiesto en las interacciones comunicaciones en el hogar tanto entre la pareja como entre todos los miembros de la fami­lia. No disponemos del espacio necesario para enumerarlos y comentarlos detalladamente, pero vamos a centrarnos en los esenciales.

 

1.- La generalización

 

Este error comunicacional consiste en hacer un juicio de valor ­negativo sobre todas las acciones de mi pareja o de cual­quier miembro de la familia, pero partiendo de lo ocurrido en un mo­mento, las más de las veces involuntario. La frase más usual para caracterizar este tipo de manifestación co­municativa errónea es la de “Tú siempre….” o “… Tú nunca”. Es el caso del esposo que llega a la casa apresurado para el almuerzo de me­dio día y se sorpren­de al comprobar que el mismo no está listo, con lo cual comienza una andanada de términos hirientes contra la esposa, los  cuales terminan con el famoso “Tú nunca puedes tener el almuerzo a tiempo”. Lleno de rabia no permitió se le explicase que ese día se terminó el gas en la casa, fue necesario buscarlo y era natural la demora.

 

2.- La subestimación y la culpabilización

 

Hace ya mucho tiempo que en la Escuela de Negociación de Harvard se acuñó una frase que de­bería acompañarnos siempre cada vez que deba­mos, al comunicarnos, referirnos a una situación negativa ya se trate del ámbito interpersonal, de pareja, fa­mi­liar o laboral. “Ataque el problema no a la persona”. Normal­mente ocu­rre que ante una situación que nos desagrada nos centramos en atacar de forma despiadada a quien consi­deramos  causante de la misma. Un ejemplo de esto ocurre cuando un hijo nuestro obtiene una calificación que nos parece baja en una asignatura, por lo cual inicia inmediatamente una tortura verbal que puede llevar a proferir al hijo términos que hieran su autoestima, tales como “eres un inútil” “no vas a llegar a nada”, por decir lo menos.

Ofuscado, el padre o la madre que así actúa no advirtió que en el resto de las asignaturas su hijo obtuvo ca­lificaciones buenas y en otros casos sobresalientes. La actitud correcta en este caso es conversar serenamente con el hijo para juntos buscar las causas de lo que ha ocurrido, pero antes de eso, por favor, felicite a su hija o hijo por el buen desempeño mostrado. Hágalo sin tardanza y de la forma más emotiva que usted pue­da. A esta estrategia los psicólogos la denominamos “Reforzamiento Posi­tivo”, y todos deberíamos utilizarla para reconocer lo bien hecho y forta­lecer la sana autoestima de nuestros hijos, pareja y demás familiares, su­balternos y relacionados.

Cuando decimos al otro: ¡Qué bien o hiciste! ¡Apreciamos y valora­mos tu esfuerzo!, estas expresiones van desencadenando y despertando un potencial de energía positiva, fo­mentando el interés en la autosupera­ción continua.

En el caso que nos ocupa, lo que ocurrirá muy probablemente, si usted comienza estimulando y felicitando al hijo por lo bien que le ha ido en casi todas las asignaturas, es que, de for­ma espontánea, este le dirá: ¡Si… pero me fue mal en…”. Ese es el me­jor momento que todo padre debe aprovechar para entonces sentarse con su hijo a dialogar sobre las posibles causas que han incidido en que no haya tenido el mejor desempeño en la asignatura, y a definir una estrategia o un plan para mejorar los resultados en lo adelante. Utilizando palabras hirientes dañamos el inte­rior de los demás y esto debemos evitarlo siempre. Ya lo decía San Fran­cisco de Sales, sabio maestro de la vida espiritual: “…más moscas se cazan en una gota de miel que en un vaso de vinagre”.

 

3.- Brindar soluciones anticipadas antes que escuchar 

 

Otro de los grandes errores que cometemos en las parejas y en las fa­milias al mo­mento de comunicarnos, y en la vida en general, es el no desa­rrollar el arte de la escucha. Escuchar no es oír. Cuando vamos por la calle, por ejemplo, escucha­mos cantidad de ruidos y mensajes que no deseamos.

Escu­char, en cambio, supone una disposición interior y exterior para prestar al otro toda nuestra atención. Supone un respeto y apertura  a quien ha de­ci­dido abrirme las puertas de su interior para revelarme aquello que le preocupa, le inquieta, le confunde, le hiere o le ilusiona.

Esta es la verdadera actitud de escucha y es por ello que no es señal de saber comunicarnos efectivamen­te juzgar por anticipado o presentar soluciones antes de que el otro termine de hablarnos.

No debemos olvidar que la escu­cha activa y respetuosa permite al otro liberarse de la carga emocional que lleva dentro y es un proceso que bien llevado suele resultar liberador, reconfortante, como también desilusionante para el otro si no se toman en cuenta los criterios generales antes expresados.

Con habitual frecuencia somos los seres humanos más orientados a hablar que a escu­char, a juzgar antes que comprender, a adelantar soluciones antes que a disponernos a ­cap­tar lo que late en el interior del otro. Necesitamos en nuestra vida conyugal, familiar y ­laboral retomar el arte de la escucha. Que por algo, como reza un adagio popular, “nos hizo Dios con dos oídos y una boca” para que escu­chemos el doble de lo que hablamos.

 

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