-Juan Lama
Todos los días, al salir de la casa y antes de traspasar el umbral para dirigirse puntualmente a su trabajo, levantaba su mirada reverente hacia la imagen colgada en la pared de la sala, ponía en su boca los dedos de su mano y, luego, tocaba en silencio y con respeto aquel antiguo cuadro del Corazón de Jesús que siempre estuvo en el mismo lugar. Al regresar a la casa, cumplida su jornada laboral, repetía religiosamente aquel ritual cotidiano de tocar, como si fuera con un beso, aquella imagen sagrada. Así recuerdo a mi papá, sin histrionismos ni alardes de beatitud, pero con una profunda, íntima e intensa creencia religiosa, la que llevó y mantuvo a su manera, con discreta y sincera devoción. Traigo esta vivencia y la comparto porque, recientemente, una acción reprochable y afrentosa escandalizó al país: una joven conocida en el ámbito de lo que se conoce como “música urbana” se hizo retratar ante la imagen de la Virgen de la Altagracia en un lugar convertido en santuario en Jarabacoa.
Las repudiables imágenes que aparecieron divulgadas en diferentes medios y en la llamada “red” mostraban a una mujer joven, que evidenciaba (para mi) un trastorno, al tratar de irrespetar o deshonrar aquel sencillo lugar de culto. No lo consiguió, si era aquella su intención. Y si acaso, como dicen, buscaba atención y notoriedad pública (como se dice ahora: sonar), es posible que lo haya logrado, pero de manera fugaz y a un precio muy alto para ella y lo que supuestamente representa. Nuestra religiosidad está muy ligada a las imágenes y representaciones sagradas que nos acompañan y nos ayudan a reafirmar y fortalecer nuestra fe, y que están asociadas indisolublemente (como en mi caso) a lo que hemos vivido y practicado en nuestros hogares. Lo que a simple vista quiso ser, posiblemente, una profanación puede tener un significado aún mayor y más inquietante, y es el de una parte de nuestra juventud que se siente expósita, olvidada y sin un ejemplo en su hogar que le señale el camino correcto, el sendero del bien, el mundo de la fe. Es posible que, aquello que vimos como una escandalosa agresión es, más bien, un grito desesperado … de ayuda.
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