En estos días en que entre nosotros ha vuelto a ser tema de conversación la corrupción estatal, debido a los juicios y acusaciones que se comienzan a ventilar contra antiguos funcionarios y beneficiarios de la pasada administración gubernamental, recordé un ejemplo de corrupción parecida, que se dio en el antiguo Israel, el cual la Biblia relata en el capítulo 21 de I de Reyes, conocido como la Viña de Nabot.
Resumiendo el relato, se habla de un tal Nabot que tiene una viña (entre nosotros sería una pequeña finquita), al lado de la casa del rey, que era Ajad (874-853 a. C.), él cual pretende comprársela, a lo que Nabot dice que no, pues era la herencia suya. Usualmente el israelita conservaba por generaciones el patrimonio familiar, ya que fundamentaba sus derechos ciudadanos, y con frecuencia ahí estaba la tumba de sus ancestros. El rey se entristece y su esposa Jezabel, quien fomenta la idolatría en Israel, a la cual se opone frontalmente el profeta Elías, argulle un plan malvado para quitarle la viña a Nabot. El plan consiste en proclamar un ayuno y buscar a dos sinvergüenzas que testifiquen que Nabot no cumplió el ayuno, para condenarle a morir lapidado y así el rey obtener la viña.
Con esto queda expuesto este caso célebre de injusticia y de abuso de poder en Israel. El justo Nabot es víctima de las artimañas de la reina para que el rey tome lo que quiere de manera incorrecta y abusiva. El poder político se vuelca contra el inocente, pero nada pasa desapercibido ante los ojos de Dios y hará su justicia.
Elías el mensajero y profeta de Yahvé, se encargará de denunciar lo ocurrido y de anunciar el castigo, la justicia de Dios para lo hecho por la reina y aceptado sin más por el rey, lo cual va a repercutir incluso en su descendencia.
Los que detentan el poder a lo largo de la historia se han servido de él para realizar sus deseos, aunque vayan en perjurio de los que están de una u otra forma subordinados a ellos. Todavía la injusticia hace sus estragos entre nosotros, sobre todo en los más pobres, pues son los que nada tienen con qué defenderse ante la embestida de un poderoso ante lo que ellos tienen o les pertenece, por eso su única vía de vindicación siempre es Dios. Por eso oran a él, le imploran, que ante la negativa e imposibilidad de que la justicia se haga posible por la mediación de Dios en este mundo o por sus propias manos en su momento, sobre todo aquel en el cual nos presentaremos tarde o temprano ante él.
Los Nabots siguen presentes entre nosotros, en nuestra sociedad, de igual forma los Ajab caprichosos y los Jezabel truculentos y desalmados, que no les importa la moral y la vergüenza, que solo usan el poder para beneficio propio, que siempre encontrarán canallas para destruir al inocente y lograr sus burdos propósitos o los deseos viles y corruptos de a quienes le sirven. El poder debe traducirse en medio de nuestro pueblo en servicio, no en beneficiarse maquiavélicamente de lo que es del otro, o es de todos. No se puede ascender a manejar los bienes del Estado con una mentalidad mercantilista y narcisista, como si fuera una finca propia, o con mentalidad antojadiza de lo que le corresponde a todos.
Tal vez se podría, por un tiempo, burlar la justicia de los hombres, pero nunca nos podremos burlar de Dios, que siempre está ahí, conoce de nuestros actos y rechaza todo tipo de inmoralidad y de corrupción.
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