Se marchó a la Casa del Padre Padre Jorge Cela Sj, Servidor Fiel y Generoso

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61 años como jesuita y 50 de sacerdocio

El padre Jorge Cela, sj,  falleció el pasado 29 de noviembre en su residencia de La Habana, Cuba. Tenía 79 años de edad. Su cadáver fue expuesto en la iglesia parroquial del Sagrado Corazón de Jesús (Reina) el mismo domingo a la 1:00 de la tarde, en que se realizó una liturgia de oración por su descanso con transmisión en vivo desde el perfil de Facebook de Vida Cristiana.

Fieles y religiosas de la comunidad  participaron en esta despedida en la que se proclamó el salmo 23: El Señor es mi Pastor, nada me falta. Y el Evangelio de Mateo: Venid a mí quienes estén cansados y agobiados porque yo les aliviaré. Mi yugo es suave y mi carga ligera”.

Delante del altar se colo­có el ataud con una foto­grafía que recordaba sus 50 años de sacerdocio.

 

Palabras del Provincial:

No se trata de coronavi­rus, recientemente le habían hecho dos PCR y todo estaba bien. En el día anterior el padre David Pantaleón conversó con él un par de veces por teléfono planificando unas reuniones.

Su cuarto estaba ordenado. Sobre la mesa se veía que había estado trabajando en algunos documentos. Le llamó a las 3:50am de la ma­drugada diciéndole que se sentía muy mal. Lo en­contraron recostado y como dormido. Así falleció.

Jorge tenía 79 años de edad, 61 años de jesuita y cumplió hace unos meses 50 años de sacerdote.

Con dolor y consuelo damos gracias a Dios por su vida de entrega y amor.

Que el Señor lo reciba en su alegría y su gloria. Re­cordémosle de una forma especial en la Eucaristía del  primer domingo de Advien­to, en el cual esperamos la ­llegada del Señor.

Martín Lenk sj

Provincial

 

Del Instagram de la periodista Ana Mitila Lora

 

Jorge Cela, (1941-2020), un jesuita irrepetible, un formador de activistas so­ciales. “He venido a servir”, su lema. Sembró y sirvió. Cu­bano, nacionalizado do­mi­nicano. Un antillano cabal.

Egresó del colegio Belén, de La Habana, en 1959. Hizo su noviciado en Venezuela. Filosofia en Alcalá de Henares, España. Teología en Toronto. Orde­nado sacerdote en Puerto Rico. Su magisterio lo hizo en Los colegios Belén, de Miami y Loyola, en Santo Domingo. Maestría en An­tropología, en Chicago. Di­plomado en Bruselas, en Pastoral para el Desarrollo.

Con ese bagaje se afincó en Guachupita, Los Guan­dules, La Ciénaga, y esa franja de miseria a orillas del Ozama. Pieza clave en la creación del Centro de Estudios Sociales Juan Montalvo o Bonó, Comité para la Defensa de los De­rechos Barriales, (COPA­DEBA), Ciudad Alterna­tiva, Fe y Alegría, etc. Su carisma sólo se equipara a Juan Montalvo y Pepe Ol­mos, jesuitas idos a des­tiempo.

En una de las últimas cartas recibidas por motivo de la Navidad que solía en­viar a un grupo de amigos en los últimos años, decía: “Qué nadie se quede fuera del banquete, de la gran fiesta de la vida”.

Jorge luchó contra la in­justicia social. Trabajó para que todos y todas tuviéra­mos oportunidades para mejorar nuestras vidas. Y lo hizo educando a la gente a través de la participación y educación.

Jorge, recuerdo tu casita azul, techada de zinc y cerca de un punto de drogas tutelado por un destacamento policial. Mi cuñado Pablo y otros, vivieron ahí contigo.

Te quejabas de la globa­lización de la indiferencia y luchabas por la globaliza­ción de la solidaridad.

Querido Jorge, ¡no te fuiste! Tus ideas, tus sue­ños quedan sembrados aquí, en Cuba, Puerto Rico, Vene­zuela y América Latina.

Un hombre lindo por fuera y por dentro. Gracias, por tanto. Consuelo para tus compañeros de la Compañía de Jesús. ¡Estamos de luto!

 

Ana Mitila Lora

 

Palabras de Benjamín González Buelta, sj

 

En la madrugada el domingo 29 de no­viembre, moría en La Habana, de un infarto, el sacerdote jesuita padre Jorge Cela. Nos sorprendió a todos, pues lo veíamos lleno de proyectos y, como siempre, con su sonrisa habitual en un trato afable. Por los medios de comunicación lo han elogiado de muchas maneras. Altos cargos de gobierno, políticos de diferentes tendencias, académicos, activistas sociales, co­mu­nicadores, lo han considerado un luchador insobornable al servicio de los pobres, un estudioso de la cultura de la pobreza, un creador de instituciones al servicio de la comunidad, un investigador, un formador de personas con vocación de servicio, un excelente profesor…

¿De dónde le llegaba la fuerza para vivir durante décadas en un pequeño ranchito del barrio de Guachupita, y mante­ner esa lucha tenaz y creativa al lado de los pobres? En una ocasión, un alumno suyo de la UASD se quedó sorprendido al ver al padre Cela celebrar con una gran sonrisa la Eucaristía en el templo del barrio. Sintió que se le abría una nueva dimensión para comprender su persona.

En estos días por las redes sociales, de manera discreta, nos han llegado las confesiones de la intimidad: su ayuda en el acompañamiento personal, los Ejercicios Espirituales que daba con tanta sabiduría, la escucha atenta de procesos complejos. Para sus amigos, sabemos que su fortaleza venía de una profunda experiencia de Dios, inseparablemente unida a su comunión con los pobres.

 

 

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