Hacerse cargo de la propia vida

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Estamos llegando al final del año litúrgico. En sus últimos tres domingos la liturgia de la Palabra nos ofrece algunas de las enseñanzas de Jesús contenidas en su último discurso, según cuenta el evangelista Mateo. Es un conjunto de tres relatos que invitan a la vigilancia atenta y esperanzada, lo mismo que a una vida responsable ante la imprevisible venida del Se­ñor: sensatez, fidelidad y actitud misericordiosa son los va­lores que destacarán en estas narraciones.

Recordemos que Mateo ha querido estructurar su Evan­ge­lio en torno a cinco grandes discursos de Jesús, en los que predomina el verbo hacer. El primero de ellos, el Sermón de la Montaña (Mt 5-7), nos habla de cómo se hace la vida cristiana; esto es, cómo se forma (o como ha de ser) el seguidor de Jesús. El segundo discurso nos habla del hacer de la misión (Mt 10). El tercero versa sobre el hacer del Reino (Mt 13). El cuarto aborda el tema del hacer de la comunidad (Mt 18). El último pretende ser una evalua­ción de nuestro hacer (Mt 24-25). Trata este último sobre los acontecimientos del tiempo final. La pregunta que subyace a este último discurso es: ¿qué pueden esperar los discípulos de Jesús que se han empeñado en hacer el camino de la vida cristiana tal como el mismo Señor se lo ha propuesto a lo largo del Evangelio?

El texto de este domingo, la parábola de las diez jóve­nes invitadas a la boda, ex­horta a la vigilancia y a la espera activa, ya que nadie sabe cuándo será el momento de la evaluación final. El re­lato retrata dos actitudes: la de aquellas cinco doncellas que no dejan que sus lámpa­ras se apaguen por falta de combustible, tienen reserva para cuando la llama pretenda apagarse; y la de las otras, aquellas que, por distracción, “relajamiento” o pereza, han descuidado el aceite de sus lámparas. Las primeras son llamadas sensatas (prudentes o sabias, según sea la traducción que se haga); las segundas son catalogadas como ne­cias, por haberse descuidado en el suministro de las suyas.

La misma distinción había hecho Jesús al final de su pri­mer discurso en este Evange­lio. Allí habló del hombre pru­dente que construye su casa sobre roca firme y del necio, que la construye sobre la arena.

Otros dos puntos de contacto aparecen entre la pará­bola de las diez jóvenes y el final del Sermón de la Mon­taña. En primer lugar, cuando las vírgenes necias encuentran la puerta cerrada dicen: “Señor, Señor, ¡ábrenos!”. Esto nos recuerda aquella sentencia de Jesús: “No todo el que me diga: ‘¡Señor, Se­ñor!’, entrará en el Reino de Dios”.

El segundo punto de contacto aparece en la respuesta que reciben las jóvenes ne­cias: “les aseguro que no las conozco”. Un claro eco de lo que había dicho Jesús en aquel primer discurso: “Y yo entonces les declararé: ‘Nun­ca les conocí; apártense de mí, ustedes que hacen el mal”. Es evidente que en el relato de las diez doncellas hay un primer elemento eva­luativo de la vida cristiana propuesta en el Sermón de la Montaña.

El asunto central en esta parábola apunta a la forma como cada grupo de donce­llas se ha preparado para la espera del novio. Las sensatas han previsto una posible demora del novio; las otras no. Estas últimas se han conformado con el mínimo es­fuerzo. Destaca aquí el elemento de la responsabilidad personal.

En la vida hay asuntos que cada uno debe afrontar personalmente. Alguien podría de­cir que la actitud de las previsoras fue egoísta al no querer compartir su aceite con las otras, pero lo que la parábola quiere resaltar es la responsabilidad que cada persona tie­ne de que no se le acabe el combustible ni se le apague la llama.

Hay cosas que solo dependen de mí, hacerme responsable de mi propia vida, por ejemplo. Nadie puede abastecerla ni vivirla por mí. Debo hacerme cargo de ella.

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