La pedagogía de la corrección

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Aquí está en juego la respon­sabilidad del uno por el otro en cuanto miembros

de un colectivo más amplio.

El pasaje del Evangelio que se nos propone para este domingo forma parte del llamado discurso eclesiástico o discurso sobre la comunidad (o en un sentido más preciso, “regla de la comuni­dad”). Es el cuarto de los cinco que conforman el Evangelio según san Mateo; aparece en el capítulo 18 del mismo. En él, Jesús expone los rasgos fundamentales para la construcción y desarrollo de la comunidad cristiana. En esta ocasión se nos invita a reflexionar en el tema de la corrección fraterna, que abarca los versículos 15-20 de dicho ca­pítulo. En esta parte de su ense­ñanza el Maestro nos dice cómo debe vivir una comunidad cristiana sus disidencias internas.

Después de resaltar la centralidad, importancia y dignidad de los más pequeños en la comuni­dad, en contraposición a las posibles ambiciones (el más grande en la comunidad es el niño, el más pequeño, a quien se debe acoger y nunca despreciar ni es­candalizar, vv. 1-11) y de seña­lar la alegría por el regreso del hermano que se ha extraviado como la actitud comunitaria correspondiente (vv. 12-14), ahora se de­tiene en el tema de la corrección fraterna, la cual debe respetar la gradualidad de un proceso peda­gógico que parte del diálogo franco y personal  hasta la intervención severa de la comunidad, aun­que manteniendo un espíritu de benevolencia, misericordia y per­dón, signos de la presencia del Resucitado en medio de ella (vv. 15-20).

La corrección fraterna debe procurar, ante todo, la rehabilita­ción del hermano de comunidad que anda extraviado. Esto no significa que se oculten o que se ignoren sus defectos y pecados, sino ayudarlo a superarlos. La dignidad de la persona es lo que está en juego en dicho procedi­miento. Este es un ejercicio tan serio que tiene repercusiones tras­cendentes: lo que se ate o desate en la tierra quedará atado o desatado en el cielo. En la corrección fraterna no solo está en juego la vida terrena de la persona, sino también la vida eterna, su plenitud en cuanto hijo de Dios. De ahí la conciencia que se debe tener al respecto.

A veces en nuestras comunida­des se prefiere hablar mal del otro a sus espaldas, denunciarlo ante sus dirigentes o superiores, incluso levantar peleas en vez de pro­piciar un clima que lo rehabilite. Todas esas actitudes son contra­rias a las que aquí se proponen. El comentario destructivo se ante­pone al diálogo rehabilitador.

En todo caso, la corrección fraternal debe estar motivada por una sincera preocupación por el otro. Aunque esto no quita que se le haga ver al que ha fallado cómo su comportamiento fractura la convivencia en la comunidad. Aquí está en juego la respon­sabi­lidad del uno por el otro en cuanto miembros de un colectivo más amplio.

El texto dice “si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas”, lo que indica, al menos en esta parte, que no habla de un pecado genérico, sino de un conflicto entre dos miembros de la misma comunidad. Se invita al que se ha sentido ofendido a que vaya y exprese su malestar ante el que ha tenido un comportamiento que considera hiriente.

Miremos que no se trata de acercarse para condenarlo, sino para hacerle caer en la cuenta de su comportamiento errado y se corrija. Se trata del conflicto entre dos personas que debe ser resuelto cuanto antes, para que el asunto no dañe a toda la comunidad, que de repente se podría ver in­volucrada en el mismo.

El texto sigue diciendo que, si no se llega a una solución satisfactoria, si el diálogo fracasa, en­tonces conviene acudir a una especie de “moderador”, el cual viene bien que sea miembro de la misma comunidad, porque, al fin y al cabo, quien tiene la responsa­bilidad de salvar al hermano es la misma comunidad, sea por la de­legación de algunos de sus miembros o por su actuación en pleno.