Además de participar en el Primer Curso, lo hice también en el de Bogotá, como animador, invitado por el Padre Osvaldo Santagada, junto a Artemio Stafolani (que luego fue obispo en Argentina, ya fallecido), Sergio Braschi (ahora obispo de Ponta Grossa, Brasil, de quien acabo de recibir un presente y luego su visita al país) y el Padre Víctor Gropelli, también brasileño. El curso fue dirigido por el Padre Osvaldo Santagada, director del Devym (Departamento de Vocaciones y Ministerios, del CELAM). Participantes: cuarenta y siete sacerdotes de dieciséis países. Quisieron que yo participara en este curso, para que luego ayudara en el de Santo Domingo.
Todos los días al amanecer encontraba al P. Artemio rezando el santo rosario por el pasillo. Con él aprendí varios cuentos, y tuve las primeras noticias del Cura Brochero (P. José Gabriel Brochero), pintoresco y piadoso sacerdote argentino. No olvido, entre otras anécdotas, aquella en que llegan los dos jesuitas misioneros a la Iglesia del Cura, repleta de gente. Al ver a los jesuitas, el Cura Brochero dice a la asamblea: “A ver, abran espacio como para dos mulas cargadas.” Como el ambiente era muy rural, la gente entendió perfectamente. Lo que dijo el Cura celebrando luego el éxito de la misión de los jesuitas, me lo reservo para después que sea canonizado…
Al Padre Artemio le llamaba la atención la forma como yo pronunciaba la palabra gente; pienso que ellos la pronuncian con la boca bastante cerrada, de manera que casi sale ginte, pero menos cerrada que los chilenos; sin embargo, abren mucho la boca para pronunciar moderno, de modo que casi se oye modarno. Acotaré que ahora hay palabras en que los españoles, por ejemplo, están haciendo casi desaparecer la e; en vez de luego, dicen casi luogo. Esto se nota tanto en la charla privada como en la TV.
En este tercer curso hubo un ambiente bueno. Los animadores nos llevamos muy bien. Solo tuve una pequeña dificultad con el Padre Osvaldo; tan pequeña que no debía mencionarla. Pero el desenlace fue un poco chistoso, pues cuando regresé a Santo Domingo, el Padre Rafael Felipe (Fello) –siempre con buen corazón– había recibido una tarjeta del Padre Osvaldo, y me dijo: “Ah, Freddy, te felicito, el Padre Santagada me habló muy bien de ti. Dijo que tienes una gran libertad interior…” Y le dije: “No ombe, Fello, eso lo que significa es que peleamos.” (Simplemente que en un viaje que él hizo a Santo Domingo, habíamos acordado algunos puntos sobre el próximo curso en dicha ciudad, y luego en Bogotá me dijo algo que me pareció distinto a lo acordado. Y le reclamé. Eso fue todo). Por supuesto que le agradezco al Padre Santagada la deferencia con que siempre me trató.
El P. Walter, un sacerdote alemán que trabajaba en Perú, buen fotógrafo, llevó a este curso una cantidad de filminas de lugares peruanos. No olvido las casuchas de los arenales de Lima, ¡sin techo! Me explicó que, como nunca llovía, no lo necesitaban; algunas casitas tenían de techo la especie de malla que queda de las planchas de goma después que fabrican las chancletas. (En mi único viaje a Lima, 26-30 de julio 2010, pude ver algunos de estos lugares totalmente secos y llenos de arena). Pero las fotos que más me impresionaron fueron las de Machu Pichu y las de Saqsaywamán. Creo que fue la primera vez que oí este último nombre.
Es increíble que todavía la ciencia balbucee cualquier cosa tratando de explicar estas construcciones; que si se usó una substancia química para diluir las piedras, que si fueron trabajadas térmicamente… Lo cierto es que los enormes bloques de piedra, de tamaños muy diferentes y de formas irregulares, se ajustan sin pegamento, y no dejan espacio ni para una hoja de papel.
El P. Walter fue muy gentil al permitirme echar una carrera hacia Bogotá y presionar a la casa fotográfica para que me hicieran rápidamente una copia de las filminas, a fin de traérmelas a Santo Domingo.
El grupo de este curso recibió la visita del cardenal Eduardo Pironio, quien según creo era entonces Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, en Roma. Yo fui uno de los delegados para recogerlo en el aeropuerto de Bogotá. Y me satisfizo, pues tenía gran admiración hacia él. Me sorprendió ver que ya respiraba con notable dificultad.
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