Carta de felicitación por Los entresijos del viento

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Monseñor Freddy Bretón Santiago

 

Apreciado Monseñor:

 

Hace días que deseaba escribirle, primero para feli­citarlo por su obra, Los entresijos del viento. Novela intencionalmente eólica. (Santo Domingo, 2020), recientemente galardonada con el prestigioso “Premio Nacional Feria del Libro, Eduardo León Jimenes”; y, segundo, para –nada más apropiado frente a un sacerdote– confesarle que la lectura de su magnífico texto constituyó para mí una experiencia estética y espiritual sobremanera enriquecedora.

Esta última semana en que compartí la lectura de su novela con la de otros textos más afines con mi trabajo de historiador, resultó para mí verdaderamente estimulante, toda vez que su obra me permitió aproximarme a su universo particular, que tan ma­gistral e ingeniosamente aparece delineado en la mis­ma. En cuanto se refiere a algunos acontecimientos históricos que marcaron el alma colectiva dominicana, lo mismo que la subcons­ciencia de nuestra genera­ción, puedo afirmar que uno de los motivos por los que más me identifiqué con su novela es que ambos, por separado, y en diferentes circunstancias, compartimos similares vivencias.

Nací en Santiago (1949) y mi familia salió de allí hacia 1960, estableciéndose en la Capital, en donde viví una etapa crucial de mi adolescencia. Fui testigo del ajusticiamiento de Trujillo, de las convulsiones sociales post dictadura y luego de la revolución y guerra patria de abril de 1965, acontecimientos que evidentemente deja­ron profundas huellas en mi persona. Tras finalizar la guerra, salí hacia New York en donde residí por espacio de diez años; de manera que también allí, como estudian­te, no solo participé en las protestas contra la guerra de Viet Nam, sino que me identifiqué con las luchas que propugnaban por el fin del apartheid prevaleciente en la sociedad estadounidense. Presencié, además, la eclo­sión del movimiento hippy junto con las manifestacio­nes culturales que en esa época adversaban el establishment y que fueron etiquetadas como “contracultura”.

La Moca de su época in­fantil y adolescente, bucólica, pastoril y eminentemente rural, que usted ha cincelado cual escultor de la época he­lenística, la conocí someramente. Pero el Santiago de mi niñez, pese a que era un centro urbano más desarro­llado que Moca y poblados aledaños, no distaba mucho de ciertas costumbres y tra­diciones que usted rememora y rescata en su obra. (Por ejemplo, todavía en 1960, cuando mi familia salió de Santiago, recuerdo algunas recuas de mulos transportando por las calles ya asfalta­das diversos tipos de mercancías, así como también el trueque que ocasionalmente hacían campesinos en nuestra casa de pollos, gallinas y víveres por ropa ya en desuso.)

Pero esta carta no es acerca de mi persona, sino que está motivada por Los Entresijos del viento. Desde la primera página quedé atrapado por su elegante, sencillo, limpio y erudito estilo literario. Igual impacto me produjo la admirable ma­nera en que ha logrado combinar el cuento breve, poesía y prosa de forma tal que el resultado es una nueva crea­ción singularmente original en el ámbito de la narrativa criolla.

Sus reflexiones filosóficas, espirituales y místicas, así como sus referencias a hechos históricos, a la sabi­duría y al arte populares, in­vitan a hondas meditaciones y constituyen otros ingre­dientes que tornan su novela en una novedosa expresión de la narrativa social y de ficción en nuestro país.

En la medida en que me adentraba en su obra, las ­figuras del viento, el río profundo o río de la vida (cuyo incesante fluir rememora el río de Heráclito), así como las referencias a los espejos, la noche y la vigilia (temas que atormentaban a Borges), no solo me deslumbraron, sino que me cautivaron y emocionaron sobremanera. Al borde de todos mis sue­ños/ corre un pequeño río/ Llega y se estaciona/ sin tiempo/ el suave canto de cristal risueño… El río de la vida asoma una y otra vez a lo largo del texto, y así aprendemos que, del costado de Cristo crucificado, como si se tratara de una inagota­ble fuente cristalina, emana “todo el caudal precioso/ de aquel río profundo” que habrá de conducirnos a lo inefablemente eterno.

El capítulo final, “Barlo­vento”, es de una belleza y profundidad filosóficas sencillamente extraordinarias. Como también yo me siento en el crepúsculo de mi vida, al principio creí que era yo quien me confesaba en una suerte de testamento final: “Ahora que se achican mis días salpicados de inequívocas señales del ocaso, siento ya corto el aliento y apenas distingo si las familiares chi­charras suenan afuera o en mi propia cabeza. Solo diré que me conformo con soñar lo que fue y lo que vendrá. Esperar y soñar no es tarea desdeñable para concluir mi periplo.”

Su poema Hacia la fiesta es un canto de esperanza que prefigura el paradisíaco más allá del que hablan los evangelios. Estimo que gran par­te del contenido de su hermoso libro no es ficción, sino que más bien es una manifestación concreta de sus convicciones y de su acendrada fe en el “Padre de la armonía” que finalmente habrá de mostrar el camino hacia “la Patria celestial”.

Le pido disculpas, Mon­señor, por esta extensa misiva que le sustrae tiempo a su labor pastoral; mas no quie­ro dejar de aprovechar la ocasión para agradecerle in­finitamente haberme introducido al maravilloso mun­do que se descubre leyendo Los entresijos del viento.

 

Sin otro particular, le saluda, con sentimientos de distinción y admiración,

 

Juan Daniel Balcácer

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