Segunda parte
Como experimentado diplomático, sabía Monseñor Clarizio la delicada situación en que le correspondería llevar a cabo su misión como representante de la Santa Sede en la República Dominicana, en momentos en que prácticamente se estrenaba un gobierno de transición (El Consejo de Estado), llamado a encauzar el país por senderos de democratización, después de las profundas convulsiones sociales y políticas generadas a raíz el ajusticiamiento del tirano.
Su importante discurso del 8 de marzo de 1962 durante el recibimiento solemne de la Iglesia dominicana en la Catedral Metropolitana, delineaba, a grandes rasgos, el alcance de tan comprometedora empresa, pero el mismo era también un llamamiento a la solidaridad y el compromiso de todos los dominicanos en aquella hora decisiva:
“Todos podemos y debemos hacer algo, cualquiera que sea nuestra condición: pobres y ricos; instruidos e ignorantes; intelectuales y obreros; sanos y enfermos; pues no debemos olvidar que: ‘Humilia mundi elegit Deus ut fortia confundat’. “Ha elegido Dios las cosas humildes para confundir a los soberbios”. Y debemos imitar el valor del fuerte y la mansedumbre del humilde. ‘Lapis, quem reprobaverunt hic factus est in caput anguli’. ‘La piedra, que rechazaron, se ha convertido en piedra angular. La oraciones y sacrificios de la Santa de Lisieux han arrastrado tantas almas como el Apóstol de la India, San Francisco Javier. Muchos mantienen ocultos en sus almas grandes dones del Señor y poseen reservas ignoradas y energías espirituales de un valor incalculable”.
“No debemos esperar pasivamente la llamada, que haga vibrar las resonancias infinitas de los dones divinos, encerrados en el fanal de nuestro corazón; sino ofrecer con dinámica espontaneidad la serena, generosa y desinteresada ayuda por el bien de la sociedad”.
“Todos deben aportar su granito de arena y estar dispuestos a colaborar con el máximo entusiasmo y desinterés en las directrices del Episcopado, sin rehuir esfuerzos ni sacrificios”.
Y con clara conciencia de las exigencias del momento presente, señalaba:
“Como en la vida de los individuos, así en la vida de las naciones hay momentos decisivos para su historia. Y esta es la hora en que cada cual debe tomar la parte de responsabilidad, que le corresponde ante Dios, ante la Iglesia, ante la Patria y ante sus semejantes”.
Por su dilatada experiencia diplomática en situaciones conflictivas, sabía que después de tan larga noche de dictadura, se habían hecho visibles los antagonismos y las discordias, por lo que afirmaría en aquel memorable discurso inaugural de su misión:
“El momento presente reclama: unidad, organización, adaptación al tiempo y lugar, coordinación y, por encima de todo, caridad. ‘In necessariis unitas; in dubiis libertad; in omnibus charitas’. “En los asuntos esenciales, unidad; en las cuestiones secundarias libertad; ¡y en todo momento caridad!”
Otros temas importantes, de carácter pastoral, merecieron atención en su discurso, como fueron el apostolado laical. Precisaba las exigencias del mismo, entre las que destacaba: “conocer a fondo las verdades de la fe; vivirlas con intensa vida sobrenatural; predicarlas, sobre todo, mediante el ejemplo y practicarlas a través de las obras en beneficio de nuestros prójimos”.
Destacaba, de igual manera, la importancia de las vocaciones sacerdotales, encomiando la labor del Seminario Santo Tomás de Aquino, el cual visitó a pocos días de su arribo al país, al tiempo que expresaba su complacencia por la noticia de que “este año será concluido el Seminario de Santiago de los Caballeros”, se refería al Seminario San Pío X, al tiempo que abrigaba la esperanza de que “surgirán nuevos centros de formación eclesiástica y religiosa”.
Era el año para poner en práctica las enseñanzas sociales de la Encíclica Madre y Maestra, del Papa Juan XXIII; el comienzo del Concilio Vaticano II, hechos que auguraban un tiempo nuevo y fecundo para la vida de la Iglesia y del mundo, como se inauguraban también para la Iglesia y el pueblo dominicano momentos de cambios y tensiones, en que la lucidez, competencia y entrega de Monseñor Clarizio jugarían un rol estelar.
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