¡Cuántos declamadores había entonces entre nosotros! El más famoso, quizá, era Fortunado Rustand King. Pero todos teníamos que declamar, incluso yo. Lo gracioso era que algunos declamaban en serio, y todos nos reíamos. Tal era el caso de Andrés Espinal: “… y una figura huesosa, le dice, abriendo una fosa: ¡Más allá!”
Juan Pablo Liriano declamaba Gratia Plena, de Amado Nervo: “Todo en ella encantaba, todo en ella atraía; era llena de gracia como el Avemaría…”. El problema era el gesto; Liriano, un hombre fornido, entraba y sacaba alternativamente las manos en posición horizontal, sin despegar los brazos, en un corto movimiento del pecho hacia afuera y de afuera hacia el pecho.
Félix Martínez (Negro, el de Jacinta), mi vecino, se hizo famoso con El Pasaporte, de Juan Antonio Alix; en un momento del poema preguntaba: “¿Tiene prole?”, y de ahí le vino al declamador el nombre de El Prolo.
Todos los domingos, después de Misa y desayuno, teníamos clases “de tonos”. Era algo así como ejercicios de expresión y comunicación; se cantaba, se declamaba, se pronunciaban discursos… Cuando le tocaba el turno a Basilio Camilo, siempre decía unas palabras a modo de presentación; mientras hablaba, levantaba alternativamente las piernas hacia delante, golpeando rítmicamente con la mano derecha el puño ahuecado de la izquierda.
De mis propias intervenciones sólo diré que declamando daba pena.
El coro de entonces era magnífico. Lo dirigía Vini-cio Disla, y luego Nicanor Peña, Tomás Bello, Puro Blanco… Yo comencé siendo tiple, junto con Toribito, y después hacía la segunda voz. A menudo recuerdo con agrado retazos de canciones de ese tiempo: El Pirineo sombra da… el Ampurdán. / Anacaona hermosa, guerrera y poetisa, tu musa fue la libertad… poco es perder la vida, si se perdió la libertad…/ Decidme barcarolas, marineros cantad, cuando bajen las estrellas a mecerse en el mar… / La Virgen antes de irse a su capullo besó (el solista de esta canción era Puro Brito e.p.d.). / Camarero, ¿qué hay para hoy? Un buen menú… / Te vuelvo a ver, oh dulce patria querida (con música de Tannhäuser, de Wagner). Había gente con magnífica voz: Puro Brito, Víctor García, Eduardo Sención, Héctor Julio Peguero, y muchos más.
Una vez dimos un concierto en La Vega, en el entonces llamado Club Social Madre y Maestra (Antiguo edificio del Partido Dominicano). Éste, fue anunciado con altavoces por la ciudad: “Concierto con canciones en inglés, francés, italiano, español…”. Cuando ya estábamos en plena acción, Tomás Bello, el director, quizá por la presión de sentirse profeta en su tierra, dio un tono altísimo para una de las canciones; la canción se fue en ese tono, pero a mí me cayó una tos incontenible que empañó un poco la ejecución de la pieza. Víctor García me recuerda de vez en cuando ese suceso.
En este mismo salón presentamos otro día la obra de Franklin Domínguez Se busca un hombre honesto; yo era como una especie de director. Llegamos a La Vega y nos pusimos a ensayar por última vez. Manuel Sánchez era el encargado de luminotecnia y, alegando saberse todo eso, se fue a visitar unos parientes. Había un momento en la obra en que debía aparecer un cartel en la pared con el nombre de la obra; cubrimos el letrerito con dos pequeñas cortinas e inventé halarlas con hilos, desde los camerinos. Eran fáciles de abrir; el problema era cerrarlas de nuevo para hacer desaparecer el letrero.
Acordamos apagar totalmente las luces, para que yo, de un brinco, hiciera ese trabajo. Pero a la hora de la verdad, Manuel apagó y, antes de que yo pudiera hacer nada, encendió las luces más potentes, atrapándome in fraganti, “fuera de base”.
Esta misma obra la montamos en el Politécnico Loyola, de San Cristóbal. El personaje mío era Diógenes, que se supone terminaba dándose un tiro. En esta ocasión el problema fue el tiro: el buscapié que tenía previsto no explotó; tuve que soplar una funda de papel y explotarla con el puño. Por supuesto, no quedó nada convincente.
Alguna vez fuimos a la UCMM a ver obras presentadas por el grupo de teatro, como Médico a palos, de Molière; también fuimos a alguna presentación de La Tuna, de la misma universidad. Varios alumnos de la UCMM fueron profesores nuestros; recordamos con especial cariño a Ramón García (Uacal), ya fallecido, y al ahora Dr. Milton Ray Guevara.
El deporte era muy bueno en el Seminario, especialmente durante las fiestas rectorales, se hacían competencias en las distintas disciplinas, también carrera de obstáculos; en una de éstas se cayó Eduardo Sención, golpeándose en el pecho con el espaldar de una silla, pues debía correr por encima de una tabla colocada sobre dos sillas (el de arriba, en la foto de la derecha; halando a Pedro Ramírez). A mí me gustaba una especie de fútbol estilo USA que jugábamos cuando llovía; era muy divertido y rudo, aunque terminábamos enlodados como puercos.
El equipo de béisbol era magnífico, descollando en él, Fausto Mejía, Ramón De Jesús y Hernández, Juan Manuel Rodríguez, Juan Pablo Liriano, Santos Payano, Rafael Peralta Brito, Víctor García, Cleofe y tantos otros. Cuando yo jugaba con los de menor categoría –que también me gustaba– me colocaban en el rai (right field) por no haber otra plaza más a la derecha; dicen que bateando tenía estilo de leñador… No digamos más.
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