Hoy todo se revela, que si el gender reveal, que si el face reveal, que si el soft launch de una relación… Vivimos en la cultura del “¡sorpresa!”, y resulta que la Iglesia llevaba siglos celebrando el reveal más importante de la historia: la Epifanía.
Epifanía significa eso mismo: manifestación, Dios diciendo: “Ya no soy más el Dios escondido. Aquí estoy.”
Y lo curioso es cómo hace el Reveal, sin luces LED, nada de drones, ni fuegos artificiales, o bengalas de humo. Dios revela a su Mesías como un Niño, en brazos de su Madre, en una casa sencilla, y ante un público inesperado: unos Magos extranjeros.
Este no es el Mesías que muchos esperaban, no se revela primero a los poderosos, ni a los expertos, ni a los que “controlan” la religión. Se revela a los que se atreven a ponerse en camino, aunque no lo tengan todo claro.
Los Magos no saben exactamente qué van a encontrar. Siguen una estrella, no un mapa. Y cuando llegan, el reveal es desconcertante:
—¿Un Rey? Sí.
—¿Un Dios? Sí.
—¿Un Niño pobre? También.
Ahí está el mensaje, en la Epifanía, Dios nos revela no sólo quién es el Mesías, sino cómo es: cercano, humilde, accesible, universal.
San León Magno lo decía con claridad: en los Magos, todas las naciones son llamadas a adorar a Cristo. No hay exclusivas, no hay invitados VIP, el reveal es para todos.
Y como todo buen reveal que cambia la vida, tiene consecuencias:
“Regresaron por otro camino.”
Después de ver a Cristo, ya no se vuelve igual. Epifanía es eso: Dios quitando el velo, la humanidad mirando y entendiendo que el Salvador no llega como lo imaginamos, sino como realmente lo necesitamos.
Hasta un próximo encuentro
Desde el Monasterio
Feliz Epifanía



