Mons. Jesús Castro Marte
Obispo de la Diócesis Nuestra Señora de la Altagracia
Ante la llegada del nuevo año, conviene realizar una breve reflexión sobre el pasado, así como hacer pronósticos sobre lo que nos espera en el próximo. Los sentimientos que mueven a esta reflexión no pueden estar motivados por la añoranza, ni por un sentido de culpabilidad, sino con la intención de rescatar para el presente las fortalezas y debilidades de lo acontecido. Ello nos ayuda a hurgar su origen, y así impulsar la senda que conduce al bienestar de la población.
De acuerdo con el informe del Ministerio de Interior y Policía de la República Dominicana, se ha registrado un progreso en la seguridad ciudadana. Indicando que hubo una disminución en los homicidios y otros delitos. Esta evolución es gracias a la entrada en servicio de los primeros agentes policiales, egresados de los programas de formación en seguridad, ya que los mismos han comenzado a cumplir su misión de protección al ciudadano con profesionalismo y rapidez.
Por otro lado, el tema de la corrupción administrativa sigue marcando una tensión entre persecución y escepticismo ciudadano. Desde otro punto de vista, pululan las investigaciones y expedientes abiertos, continúan las denuncias en las redes sociales y en el Ministerio Público. Hay una sensación de que hay casos en la justicia, pero hace falta cerrar procesos, lo que conlleva dictar condenas con una justicia seria, transparente, responsable y que el patrimonio descubierto en manos ajenas, en todos los niveles, sea devuelto al Estado de una forma íntegra.
La lentitud de la justicia, ya legendaria, se agudizó más durante el pasado año. Pero lo que realmente conmocionó al país y debilitó la confianza de los ciudadanos en sus instituciones fue la falta de control (palpable en sectores como: salud, educación, medio ambiente, entre otros) que conlleva a la implementación de la corrupción.
Ya casi finalizando el año, la prensa y las autoridades judiciales nos revelaron el asalto cometido por unos desalmados a la salud de la mayoría de los dominicanos (sobre esto queremos respuestas contundentes y no chivos expiatorios); lo que bien se puede calificar no como un simple acto de corrupción, sino como un crimen de lesa humanidad por las consecuencias funestas que ocasionaron a millones de dominicanos que podrían llegar al extremo de morir por falta de los servicios de salud.
Hay que resaltar el crecimiento en la implementación de la justicia independiente, donde se han forjado los cimientos para crear una verdadera cultura sobre la palabra autonomía.
La secuela de los diferentes casos de corrupción, además de la tragedia humana, constituye una herida abierta en la credibilidad del gobierno que tardará mucho en cerrarse. Rogamos a Dios y a la Virgen de la Altagracia para que el próximo año sea de restauración de confianza y de buenas prácticas por parte de nuestro gobierno. Y para el pueblo dominicano, un año de bienestar para todos, en especial para los más necesitados, y en lo espiritual.
Mi gran deseo es que todos los sectores (empresarial, iglesias, sindicatos, gremios, familia, juntas de vecinos, entre otras) exista un vínculo sincero y franco de frente al 2026, para luchar por seguir creciendo en todos los niveles, especialmente económico, infraestructural, generación eléctrica y responsabilidad moral, a sabiendas de que el país es de todos y no podemos ser pesimistas y mantenernos de brazos cruzados.
Debemos sacrificarnos para superar las debilidades existentes; se hace urgente y necesario el cambio de las personas que dirigen algunas instituciones por otras que tengan capacidad gerencial para que las mismas sean más eficaces, que prime el interés general del país, no el particular o personal.




