Padre William Arias

Al pasar balance al 2025 pueden variar las opiniones, según las experiencias que en él hayamos vivido: para algunos habrá sido un buen año, para otros fatídico, para unos un año más, y así cada uno en la medida en cómo lo vivió. Para la Iglesia fue un año jubilar, año santo, entorno a la esperanza, el buen Papa Francisco, ido en el mismo año, abrió la puerta santa para que pasasen y se adquiriese indulgencias plenarias, todos aquellos que están llamados a vivir la esperanza de un Dios misericordioso y acogedor de todos, en especial, de los más desvalidos y necesitados.

Pero más allá de la Iglesia, están los acontecimientos que también se dieron en el mundo, donde la Tercera Guerra Mundial fragmentada, como la bautizó Francisco, siguió su curso en el mundo, sobre todo en Medio Oriente, escenarios africanos y las que ya había comenzado hace tiempo entre Rusia y Ucrania, y otros entornos como los nuestros, también en pie de guerra con las amenazas y acciones de Estados Unidos entorno a Venezuela. Por eso, el nuevo Papa, que surgió este mismo año: León XIV, lo primero que hizo, en su primer discurso, su primer grito al mundo, fue un llamado a la paz, y lo continúa haciendo, pues las diatribas, amenazas y peligros de guerra continúan.

En nuestro patio chico, en el 2025 se dice que crecimos un 2.9%, seguimos la barahúnda de crecimiento económico, pero no se aprecia, ya que la inflación sigue en escalada. Los sueldos no rinden y sentimos que no avanzamos, que seguimos en el mismo lugar y no hay pista de despegue. De ahí que la juventud que termina sus estudios, inmediatamente emprende la graciosa huida hacia otros destinos en busca de mejores trabajos y progreso. 

Sumemos a eso los escándalos de corrupción que a nivel gubernamental se han dado, pues la misma sigue por sus fueros. La mentalidad de ir al Estado para aprovecharse de él, sigue y al parecer no se detiene, incluso, aunque el funcionario sea de élite, rico, pues como una vez nos dijo San Juan Pablo II, hemos hecho de la corrupción una cultura.

Y así en medio de todo esto: Iglesia, mundo, país, está lo personal: cuánta gente valiosa se nos fue este año, algunos por su edad y los achaques encontrados que agilizaron la partida, como el siempre añorado Papa Francisco, el hombre que nos enseñó a soñar con que otra Iglesia es posible, una Iglesia más empeñada en la misericordia que en lo formal, preocupada más por el ser humano necesitado, que por los protocolos litúrgicos, canónicos y estatus y roles jerárquicos de la Institución, invitándonos a caminar juntos en una Iglesia sinodal. 

Recientemente se nos fue Mons. Rafael Felipe, Fello: pastor preclaro y hombre de espiritualidad sin doblez, y del Evangelio. El Diác. Faustino Ramos, Tino: evangelizador infatigable desde diversos ámbitos de la Iglesia y la sociedad. Pero también se marcharon familiares y amigos, gente que nos marcó en nuestra vida y que hoy no están. Entre ellos destaco a mi madre, se me marchó así sin más, rápidamente, sin tiempo para mucha despedida. Todavía siento su presencia en mí, y en algunos momentos, la tristeza acompañada de lágrimas me invade ¡Cuánta falta me hace!

Pero en fin, a pesar de todo, damos gracias al Señor por este año que termina, una nueva oportunidad de vivir que nos dio el Señor, que Él, en el que pronto va a empezar, nos acompañe y guíe, y sepamos acatar sus designios, que aunque a veces se ven y se sienten como contradictorios, pero en sí son de vida eterna.