“Adviento: el tiempo que cuenta… y la guía de los ángeles”

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-Padre Jimmy  Drabczak

En esta época la República Dominicana vibra cada año con la temporada de béisbol. Los estadios se llenan, las familias se reúnen, los debates se encienden y el país entra en ese ambiente tan nuestro. Hace poco, incluso, nuestro Arzobispo inauguró unos juegos lanzando la primera bola, un gesto que une fe, comunidad y tradición deportiva. 

En esos partidos intensos, sobre todo cuando se van a extra innings, todos sabemos lo que pasa: cada segundo importa. Pero, al final, es pelota. Es deporte. En nuestra vida, en cambio, no jugamos un campeonato temporal: nos jugamos la eternidad. Por eso el Adviento nos recuerda que cada minuto tiene un valor infinito y que cada día es un turno al bate, donde podemos avanzar en fe y conversión.

Søren Kierkegaard, filósofo y teólogo danés, contaba una historia: En un teatro elegante se presentaba una comedia brillante. La gente reía sin parar. De repente, el director salió al escenario y anunció: “Debo interrumpir la función. ¡El edificio se está incendiando!”

El público… se rió más fuerte. Pensaron que era parte del espectáculo.

Kierkegaard concluía: “Quizá nuestra época caiga en llamas entre los aplausos de una sala llena.”

El Evangelio del Primer Domingo de Adviento lo expresa igual: “No se dieron cuenta.” Y por eso existe el Adviento: para que sí nos demos cuenta.

Dos lecciones que despiertan el corazón:

1. Todo pasa: Si todo cambia y todo pasa, necesitamos un santo distanciamiento. Muchos problemas que hoy nos quitan la paz, mañana serán como un mal sueño del que uno despierta diciendo: “¡Gracias a Dios, solo era un sueño!”

2. El tiempo vuela: La vida es corta, única e irrepetible. Cada minuto tiene valor eterno. Por eso

el Adviento es tiempo de vigilancia, serenidad y alegría. 

El avión despegó.

Recuerdo cuando un sacerdote esperaba su vuelo en el aeropuerto y, al ponerse los audífonos, se dejó envolver tanto por la música que no escuchó ningún anuncio. El avión despegó —era un vuelo a Aruba que salía solo una vez por semana— y él seguía sentado, sin darse cuenta de que había perdido su oportunidad. No lo perdió por maldad, sino por distraerse con lo secundario y olvidar lo esencial. Así puede pasarnos. La vida tiene un objetivo: unirnos con Dios y amar de verdad. Pero lo superficial puede distraernos hasta perder el vuelo de nuestra vocación. El Adviento nos dice:

“No te distraigas con lo secundario. Ven, te espero.” Los ángeles, que ven la eternidad con claridad, saben lo breve que es nuestro tiempo. Por eso en Adviento:

— despiertan el corazón: “No pierdas este momento”;

— señalan la dirección segura;

— evitan que nos perdamos, impulsándonos con suavidad y urgencia.

Son mensajeros de urgencia y de ternura: urgencia, porque el tiempo es breve; ternura, porque Dios quiere que lleguemos a casa.

La pelota tendrá otra temporada. Tu vida, no. El Adviento es tu “tiempo extra”: tu oportunidad para volver a Dios, despertar y dejarte guiar por sus ángeles. Dios viene. Y viene por ti.