En el mundo actual, muchas personas buscan paz interior y equilibrio emocional. Prácticas como el mindfulness se han vuelto populares, pero desde hace siglos, los monjes cristianos practicaban algo muy similar: la oración de Jesús, también llamada hesicasmo. Esta tradición nos enseña que la verdadera quietud nace del corazón y la mente centrados en Dios.

La oración de Jesús consiste en repetir una breve fórmula: “Señor Jesús, ten piedad de mí”. No se trata de repetir palabras mecánicamente, sino de dirigir el corazón a Dios y enfocar la mente en Él. El objetivo es cultivar la quietud interior, observar los propios pensamientos y experimentar la presencia constante de Dios en cada momento. Con la práctica, esta oración desarrolla paz interior y fortalece la capacidad de discernimiento espiritual.

La tradición de la oración de Jesús se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Ermitaños y monjes del Imperio Romano y Bizancio la practicaban diariamente, combinándola con silencio, meditación y vida sencilla. Tras el Gran Cisma de 1054, esta tradición permaneció viva principalmente en la Iglesia Oriental. Su forma más depurada, el hesicasmo, se desarrolló en los siglos XIII-XIV en el Monte Athos y se convirtió en un modelo de espiritualidad profunda y contemplativa.

San Juan Clímaco es considerado el padre del hesicasmo. En su obra La escalera del paraíso, enseñó el recogimiento del corazón y la vigilancia del espíritu. Sus discípulos desarrollaron nociones como paz interior, atención constante y oración continua. La práctica combina respiración, postura corporal y repetición del Nombre de Jesús, abriendo el corazón a la presencia de Dios.

En la práctica del hesicasmo, los ángeles actúan como guías espirituales. Acompañan al que ora, ayudando a mantener la atención en Dios y protegiendo el alma de las distracciones. 

Imaginar su presencia –como San Miguel, acompañando las almas hacia Dios– fortalece la fe y aporta consuelo, especialmente en momentos difíciles. La guía angelical inspira confianza en que Dios escucha nuestras plegarias y que nunca estamos solos en nuestro camino espiritual.

La oración de Jesús es también una herramienta valiosa para discernir vocaciones. Permite escuchar la voz de Dios, descubrir talentos y comprender la misión de cada persona en la Iglesia. Independientemente del estado de vida –sacerdocio, vida consagrada o laical–, esta práctica ayuda a reconocer el llamado de Dios a la santidad y al servicio amoroso del prójimo.

San Simeón, el Nuevo Teólogo, aconsejaba: “Siéntate en calma, eleva tus pensamientos por encima de lo pasajero, dirige la mirada al corazón, explora tu interior hasta encontrar el lugar donde residen las facultades del alma. Al principio encontrarás oscuridad, pero con perseverancia hallarás un gozo sin fin”. Esta alegría surge de la cercanía de Dios y del acompañamiento de los ángeles que nos sostienen en la oración y el discernimiento de nuestra vocación.

Hoy, en un mundo lleno de estímulos y prisas, el hesicasmo sigue siendo un camino espiritual vigente y práctico. Nos enseña que la presencia de Dios en el corazón puede descubrirse en cada momento, paso a paso, repitiendo el Nombre de Jesús y dejando que los ángeles nos guíen. Es un camino hacia la santidad, hacia reconocer nuestra vocación y servir a Dios y al prójimo en la vida cotidiana.