Noviembre, penúltimo mes del año, y en la Iglesia está dedicado a la familia y a las vocaciones. Parece que fue ayer cuando comenzó el 2025, y ya estamos en el tramo final, pero lo importante no es lo tardío o rápido con que se pasan los años, lo que cuenta es lo que se vive y se hace en ese período de tiempo, y creo que en este mes podemos hacer mucho en estos dos renglones de la vida pastoral de la Iglesia.
Echando un vistazo primeramente a la familia, está de más hablar de su importancia, pues ya todos lo saben, de sus amenazas, de que antropológica y socialmente ya no es lo mismo, de todo eso hemos hablado antes, y se seguirá hablando, pues este es un activo propio y fundamental de la dimensión humana, que nosotros los cristianos la hemos llevado hasta un plano espiritual de designio de Dios, pues todo lo que hay en el mundo desde la venida de Cristo hasta hoy, ha sido traspasado por él, haciéndolo de nuevo todo santo y bueno, como quiso Dios desde el principio.
Desde hace años, en nuestra Iglesia tenemos la actividad puntual de “Un Paso por Mi Familia”, en la que las diócesis del país invitan a sus fieles a que se movilicen el domingo de Cristo Rey u otro Domingo del mes, para dar su apoyo y promover el sentir propio de la institución familiar, fomentar que no hay mejor espacio para el desarrollo sano y santo para el ser humano, que la familia.
Salimos a las calles a comunicar que nos interesa nuestra familia, que agradecemos a Dios el que nos haya colocado en ese lugar para desarrollar nuestro existir, y que estamos dispuestos a defender los valores que ella entraña, que son los que configuran al verdadero individuo a semejanza a como Dios lo deseó desde los inicios: que nadie camine solo, sino en familia, y que haya toda una gama de elementos aprendidos en el hogar, que ayuden a una vida verdaderamente feliz y en el Señor.
Pero ser cabeza y formador de una familia es una vocación, es un entregarse por completo al cuidado y fomento de un grupo de personas por amor y en el amor; es como la vocación sacerdotal, que es darse en nombre del Dios que llama a una comunidad que es la Iglesia, necesitada de esa presencia del Dios vivo manifestado en Jesucristo, siendo capaz de caminar con ella, ayudando a los hermanos en la fe, sobre todo los más necesitados, no solo de la presencia de Dios, sino también de la ayuda de los hombres, las cuales les son negadas dentro de un mundo de estructuras injustas y corruptas.
Familia y sacerdotes caminan juntos, si hoy día tenemos pocas vocaciones, no es solo porque en las familias hay pocos nacimientos, sino que esta sociedad consumista de hoy, agobia a las familias y las aparta de su finalidad santa, que es ser receptáculo de Dios, eso que repetía constantemente San Juan Pablo II, de que ella es “Iglesia doméstica”, primera comunidad de vida cristiana, dónde la persona conoce y alimenta su fe, y a partir de ahí es capaz de reconocer a un Dios que siempre llama a su servicio.
Oremos en este noviembre y siempre por las familias y las vocaciones sacerdotales, no nos cansemos de ello, ambas son designios de Dios para nuestra existencia en el mundo, pero en especial son sendas que nos preparan para llegar hasta el Dios que es en sí la meta que nos aguarda y espera, y a ella debemos bien llegar.




