Si algo puede dividir una fila más rápido que una oferta del Black Friday, es la fila de la comunión. Ahí estamos todos: los de la mano, los de la boca, los de rodillas, los que hacen genuflexión ninja y los que parecen que van a chocar la mano con el sacerdote. Y siempre hay uno que te mira raro, como diciendo: “Mira este, no sabe cómo se comulga…”
Respiremos, hermanos. Empecemos por lo esencial: comulgar es recibir al mismo Cristo, Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, eso ya debería ponernos en modo reverencia absoluta, no en modo debate de redes o murmuración extrema .
Ahora, ¿qué nos dice la Iglesia? El Magisterio enseña —desde el Concilio Vaticano II y confirmado por la Instrucción Redemptionis Sacramentum (2004)— que ambas formas de recibir la comunión son válidas y legítimas:
> En la boca, como es la forma tradicional.
> En la mano, permitida por indulto papal a las Conferencias Episcopales y aprobada por la Santa Sede.
Entonces queda claro que, no es pecado recibir en la mano, ni falta de respeto hacerlo en la boca. Lo que sí sería pecado es recibir sin fe, sin pureza de corazón o sin conciencia de a quién recibes.
En los primeros siglos, muchos fieles comulgaban en la mano —San Cirilo de Jerusalén lo describe con detalle—, pero con una reverencia tan profunda que hoy nos daría vergüenza: “Haz de tu mano izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey.” Con el tiempo, para proteger el Santísimo y evitar profanaciones, la Iglesia fue prefiriendo la comunión en la boca. Ambas formas tienen raíces santas; lo que importa es el espíritu con que lo haces.
¿Y de pie o de rodillas? También ambas posturas son válidas. De pie expresa la dignidad de los hijos resucitados con Cristo. De rodillas, la adoración y humildad.
Para esta semana una ejercicio prudente sería recordar continuamente lo que dice San Agustín: “es la fe viva y el corazón puro lo que vale ante el Señor”, de modo tal que la próxima vez que te acerques a comulgar no mires cómo lo hace el de adelante, sino que mires al que tienes enfrente, Jesús, que se te entrega entero en ese sagrado momento de la Comunión.
Hasta un próximo encuentro,
Desde el Monasterio.