Heredar la fe no siempre significa vivirla

Por Fr. Agustín Rivera, ocso

Monje Cisterciense

Hay católicos que no recuerdan el día de su conversión, porque sencillamente nacieron dentro de una fe ya estructurada, como quien hereda una casa amueblada. El agua bendita los rozó antes de aprender a gatear, su primera palabra fue “amén” y su abuela rezaba el rosario con la misma disciplina con que el sol sale cada mañana. Y eso está bien. ¡De verdad!

Porque gracias a esas abuelas —esas santas anónimas del rosario diario— muchos conocimos el nombre de Jesús antes que el del primer político corrupto. Gracias a los padres que nos llevaron a misa sin preguntar si queríamos ir, aprendimos a santiguarnos, a decir “Señor, ten piedad”, y a reconocer que hay algo más grande que nosotros.

Pero… (siempre hay un pero evangélico). La fe no se transmite solo por el medio que te rodea. No basta con estar cerca del incienso para oler a santidad. No basta con tener un crucifijo en el pecho, si no dejamos que Cristo entre al corazón.

San Pablo lo entendió bien cuando le escribió a su discípulo Timoteo: “Evoco tu fe sincera, la misma que habitaron primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y que ahora, estoy seguro, habita también en ti.” (2 Timoteo 1,5).

Pablo no elogia solo la tradición familiar, sino la fe que se hace propia, que pasa de ser “la de mi abuela” a “la mía”, porque fue encarnada, probada, sufrida, y finalmente, amada.

Ser católico con fe de segunda mano es vivir en modo “observador”: ver cómo otros creen, cómo otros rezan, cómo otros se confiesan, y pensar que eso nos incluye. Pero la fe verdadera exige dar el salto de la herencia a la experiencia, del banco de atrás al altar del corazón. Hay muchos católicos que saben cómo se empieza el Rosario, pero no cuándo comenzó su relación personal con Cristo. Y esa es la gran invitación: pasar de la repetición a la revelación.

Así que esta semana demos gracias por las abuelas que rezan y por los padres que insisten. Pero no te quedes en la nostalgia de su fe: hazla tuya, con tus caídas, tus preguntas y tu sí renovado. Porque ser católico “porque sí” puede mantenerte dentro del templo… pero solo ser católico por convicción te hará parte del Reino.

Hasta un próximo encuentro,

Desde el Monasterio.