Dios siempre será Dios y, como decía el autor Carlos Vallés, jesuita: “Hay que dejar a Dios ser Dios”, así como nosotros queremos que nos dejen ser, pues en la búsqueda de esa realización se nos va la vida.
Pero el tema de este artículo es Dios, en una dimensión en cómo él nos ve a nosotros y se goza con nosotros, viendo cómo esta criatura suya se las ingenia para llevar ese regalo hermoso que él le ha dado, que se llama vida; las cosas que inventamos para desarrollarla, mientras estamos en este mundo que Él nos ha confiado.
Hay en nuestra noción de Dios, un Dios al que le duelen nuestras maldades, desaciertos y pecados. De ello nos hablan las Sagradas Escrituras, la doctrina y la piedad popular. Pero me parece que fuera de esos linderos, y de los nuestros, hay un Dios que se ríe de todo lo que inventamos y decimos sobre él, como por ejemplo, las cosas que hacemos en nuestros cultos en su nombre y de nuestras pretensiones para la salvación.
Es cierto que necesitamos ciertas nociones y momentos para hablar y hacer presente nuestra fe en Dios. Pero, a veces exageramos, como humanos que somos, sabiendo que Dios siempre nos rebasa y nos rebasará. Que todo lo que podemos decir sobre él son aproximaciones de lo que es, y que fuera de las Escrituras, la Tradición, el Magisterio y demás, él va más allá. Por eso no podemos reducirlo a ciertas formas cúlticas, que son más nuestras que suyas, sin caer en reduccionismos.
De ahí que esas formas litúrgicas y de culto, sean transitorias y relativas, pues tras ellas no podemos englobarle. Sí, la necesitamos para encontrarnos con él, para hacerle presente en nosotros, y para que él sepa, aunque ya hace tiempo que lo sabe, que somos suyos, que creemos en él y en su inmensa bondad.
Pero pretender que con ciertos actos del pasado, que no dicen nada hoy, que con ciertas precisiones le hacemos presente a él, y si no él estaría ausente. Es como para que nuestro Dios, metafóricamente, se muera de risa.
Creo que por ahora no tenemos un mejor camino de hacerle presente en nuestras vidas, que no sea a través de nuestras ceremonias y nuestro actuar en caridad y fraternidad hacia el otro. Pero podemos atrincherarnos en lo litúrgico, y ceremonial y no salir de ahí, y anclarnos en formas pasadas, y no renovarlas para ir más acorde con el momento presente, diríamos, los signos de los tiempos, y con el mismo Dios, que imagino se sentirá aburrido de seguir viendo lo mismo por parte de nosotros, en ese querer hacerle presente en nuestras vidas a través de nuestras acciones litúrgicas y culturales.
La renovación litúrgica y cultual siempre será necesaria e importante. Ningún grupo puede pretender tal acción, de manera perenne en la vida del creyente.
Dios siempre ha hecho las cosas nuevas, la misma historia de la salvación es un quehacer novedoso de Dios, de ese que camina con nosotros, que va con nosotros, a nuestro ritmo, gracias a su inmensa benevolencia para con nosotros.
Un Dios que camina a ritmo humano a pesar de su trascendencia, pues ya la venida de Jesús lo confirma, es un Dios, como ya dije, que se goza en lo humano, que no se arrepiente de habernos creado, a pesar de los pesares nuestros. Un Dios que ríe con las invenciones nuestras, como esa de quererle encerrar en formulaciones y ceremonias que hoy son y que mañana requerirán de nuevas palabras y acciones para seguir hablando de él, y hacerle presente en nuestras vidas.