“Vestirse para la boda“

0
11

Por Fr. Agustín Rivera, OCSO

Monje Cisterciense

En el Evangelio de Mateo (22,1-14), Jesús cuenta una parábola que parece salida de un reality: un rey organiza la boda de su hijo, invita a todos, y cuando la sala está llena descubre a uno que entró sin traje de fiesta. Y lo manda a sacar. Crudo, ¿no? Pero Jesús no habla de superficialidad, sino de dignidad y respeto en la presencia de Dios.

Y aquí viene lo espinoso: la vestimenta para ir a la Iglesia. Tema tabú en muchas parroquias, porque nadie quiere sonar como policía de moda. Pero seamos honestos: a veces en misa hay más pasarela que recogimiento: Chicas con faldas microscópicas, blusas con escotes imposibles, pantalones que parecen pintados. Y los chicos tampoco se salvan: camisetas de la NBA, chancletas playeras, franelas con frases ofensivas o estampas que no precisamente dicen: “Santo, Santo, Santo”.

No se trata de prohibir colores, ni de uniformar a todos en saco y corbata. La cuestión es entender algo básico: la Eucaristía es la boda del Cordero, no un junte de domingo en el colmadón de la esquina. Uno no va a un velorio en shorts, ni a una entrevista en pijama. ¿Por qué sí a la Casa de Dios?

Ya lo decía el Manual de Carreño: “El aseo y la compostura son tributo que se ofrece a la dignidad propia y a la consideración ajena”. ¡Imagínate el tributo que merece el Rey de reyes! San Agustín lo explicaba con mayor hondura: ese traje de bodas del que habla Jesús no es una tela, es la vida de gracia. Pero no se contradicen: la gracia se refleja también en lo externo. No son apariencias, sino coherencia. Si me preparo por dentro para recibir al Esposo, lo exterior debería acompañar ese respeto. Así que la próxima vez que abras el clóset un domingo, pregúntate: ¿voy a la boda del Cordero o al after del sábado?

Durante esta semana pongamos nuestros ojos en la Virgen María, que como buena Madre nos enseñará a vestirnos con sencillez y dignidad, y en los santos que nos recuerdan que lo esencial es Cristo… pero que no está de más presentarnos con respeto ante Él.

Porque sí, Dios mira el corazón… pero todos los demás en misa ven lo de afuera. Y a nosotros nos toca dar un testimonio visible de la vida interior.

Hasta un próximo encuentro,

Desde el Monasterio.