Miguel Marte
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2, 6-11)
Un breve fragmento de la Carta del apóstol san Pablo a los filipenses. Es la carta que mejor deja sentir la palpitación del corazón del apóstol, según ha afirmado Jerome Murphy O’Connor, uno de los mayores especialistas en literatura paulina. En ella, Pablo nos revela, sin tapujos, su experiencia de Cristo muerto y resucitado. Es lo que precisamente recoge el himno que se nos propone como segunda lectura de este Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
El himno está estructurado bajo la simbología espacial arriba-abajo, descenso-ascenso, cielo-tierra-cielo. Todo eso referido a la persona de Jesucristo. Estamos ante lo que se puede considerar la primera confesión de fe en el misterio de la Encarnación. Podría ser visto como un descenso humillante, donde Jesús “pierde” su gloria. Es “un auténtico precipitarse en el abismo”. Su muerte en la cruz lo coloca en la lista de los más despreciados sobre la tierra. Es la manera como ha decidido hacerse solidario con la condición humana, incluso la de los últimos. Con su “rebajamiento” el cielo se abrazó con la tierra.
En la Encarnación, y luego en su entrega hasta la muerte, Jesús se vació de sí mismo. De su “ego”, podemos decir hoy. El “vaciamiento” de Jesús consistió en nunca centrar la vida en su ego, para abrirse a otra realidad, a Dios y a los hombres. Es lo que podemos llamar “entrega de sí”. La liberación del propio ego es la más difícil de todas, es la cruz más pesada. A eso se refiere el propio Jesús cuando dice a sus discípulos que quien quiera seguirlo “cargue con su cruz”. Santa Teresa, como suele hacer con todo, hace oración con este pensamiento: “Bendito sea Dios que me libró de mí”. Es el hombre viejo de San Pablo que tiene que morir para que nazca algo nuevo.
Apertura a la voluntad de Dios y acogida del mundo, otra manera de que el cielo se abrace con la tierra. Como sabemos, todos vamos con nuestro “yo” a cuestas. Jesús nos enseña a dejar el protagonismo a Dios. Su camino fue la ruta de la negación de sí mismo. En él se ha dado de la mejor manera posible la liberación del ego narcisista y del yo protagonista. En su vida siempre puso a Dios en el centro. Para Jesús, el Padre y su proyecto del Reino es lo central, y no le importa integrar la cruz por mantenerse fiel a esa convicción.
Hoy se habla de “salir de nuestra zona de confort”, tal vez esa zona sea la casa de nuestro yo. En ese sentido, estamos llamados a hacer la experiencia de un éxodo personal. Es lo que hace Jesucristo al no “retener” su condición divina y al “despojarse” de su rango. La imagen del éxodo es una imagen muy recurrente en las distintas expresiones espirituales. En ellas aparece siempre la experiencia del viaje. Se habla, incluso, de “viaje espiritual”, un salir de uno mismo hacia lo “otro”. Es este el auténtico sentido de las peregrinaciones, a propósito de jubileo y otros caminos. En el fondo, es una invitación a preguntarnos por nuestro viaje personal. Tal vez la peregrinación que debemos hacer en esta Semana Santa es la que lleva de dentro de nosotros mismos hacia afuera, salir de nuestro círculo egoísta, el yo que se busca a sí mismo, la pretensión de conservar un ego protagonista. Esto exige un cambio de mentalidad. Conversión, solemos llamar a ese cambio. Semana Santa es un tiempo oportuno para hacerlo, puesto que cada día estaremos llamados a contemplar al crucificado.
En esta semana estamos invitados a revisar nuestros apegos y desapegos. Esto es, a echarle un vistazo a todos los añadidos que hemos puesto a la vida y qué tal vez la hacen demasiado pesadas. El crucificado aparece en la cruz apenas cubierto, despojado de todo. En estos días muchos se despojarán de su ropa para disfrutar de la playa, ojalá no olviden deshacerse también de aquello que hace pesada su vida. Así podrán levantarse con Cristo en la mañana de Pascua.